miércoles, 28 de marzo de 2012

Retazos del pasado

 Benjamin AFONSO                                   
                                  
                                               Retazos del pasado

La verdad es que a las noches de La Orotava les han ido recortando sus negras alas de murciélago y cada vez se trasnocha menos. La gente tiene que acostarse temprano para madrugar. Sin embargo, antes, en los años sesenta, existía un itinerario que era el que recorría los últimos noctábulos de la época. La ruta que empezaba en el Bar Fariña, el Bar Parada, para luego continuar  por Casa Mereja, el bar Cuesta Arriba y terminarlo en alguna trastienda, venta o güachinche donde se servía a toque de palmas un buen vino y se saboreaba el "pescaíto" traído del Puerto de la Cruz.


El último itinerario nocturno de La Orotava


Jesús Raya y Andrés Bello eran asiduos del Bar Fariña y de la Academía. Los dos incansables conversadores y noctámbulos habituales de las calles Escultor Estévez, Calvario y la Avenida José Antonio, siempre hacían el mismo recorrido, enfrascados en una conversación casi interminable. Al final, y antes del que el Bar Parada cerrara sus puertas, acudían a tomarse un café o la penúltima copa. Jesús Raya era un persona culta con la que se podía abordar cualquier tema. A través de él llegué a conocer mejor algunos aspectos de la vida del investigar portuense Sebastián Padrón Acosta, primo de mi padre; y gracias a él conocí personalmente a otro portuense, también investigador, Antonio Ruiz Alvarez, que, años más tarde fallecía en Alemania donde realizaba un trabajo  de investigación.
Y por estos mismos contornos andaba Mariano Brier y Juan del Castillo que, empeñados en apurar las frías noches orotavenses, paseaban por las calles escultor Estévez y la plaza de la Constitución, ambos enfundados en largos abrigos para protegerse del relente de la madrugada. Sus figuras aparecían y desaparecían bajo el tenue resplandor de las farolas.
La afición de Brier por hacer vida nocturna era conocida, pues raras veces salía durante el día, a no ser por algún compromiso social inexcusable. Por lo tanto, las horas diurnas las dedicada a dormir, cosa que le llevo a tener serios enfrentamientos con los que osaban alterar su sueño. Se cuenta que, en más de una ocasión, elevó sus más enérgicas quejas a las autoridades locales porque se estaban ejecutando obras en los aledaños de su mansión.

Y llegó Felipe Casanova y escribió una pieza teatral que todavía se recuerda: Las cosas del pueblo. Su autor reflejó la vida, costumbres y el ambiente de la Orotava de aquellos años, así como los personajes populares de entonces: Taquito, Mr. Picke, el cura, el boticario, el alcalde y el celador que fueron interpretados magistralmente por un elenco de entusiastas. La representación se hizo en el desaparecido Teatro Atlante, bajo la dirección del propio Felipe Casanova, uno de los hombres más divertidos y dotados de humor y de una imaginación extraordinaria.
¿Aun hay muchos que se acuerdan de aquella obra de teatro y de Mr. Picke, uno de los personajes centrales declamando algo más o menos parecido...
                                        "Canta el mirlo enTacoronte
                                         canta el mirlo en Taganana,
                                         canta el mirlo en el alambre...
                                         Y cuando hay hambre
                                         canta donde le da la gana".

Felipe Casanova no solamente hizo esta obra de teatro, sino que fue, durante años, animador de las películas mudas que se proyectaban en el desaparecido teatro Power de La Orotava, interpretando al piano las piezas musicales adaptadas al film. Aquel edificio tuvo varios usos porque sirvió de prisión y de almacén. Posteriormente fue demolido y se levantó el actual que hoy ocupa Correos y Telégrafos.

Dicen que el maestro Julián Pacheco, conocido popularmente como "el siete oficios", fue requerido en más de una ocasión para poner algún remiendo en las vetustas paredes y puertas del Power que, por el peso  de los años ya empezaba a resquebrajarse. Y al margen de sus conocimientos para arreglar una tubería, puerta,  pintar o ejecutar cualquier obra de mampostería, sus conocimientos como improvisado poeta sorprendieron a más de uno. Y si no escuchen. Los que le conocieron  y trataron con más frecuencia, dicen que un día pasaba por la calle la procesión de la Virgen de Candelaria y nuestro hombre, que se había tomado unos vasos de vino, se plantó ante la imagen y le dijo:
                                         "¡Ay!, Virgen de Candelaria
                                           que acompañadita vas,
                                           si golfos son los que van delante,
                                           más golfos son los que van detrás".

"El siete oficios" tenía esos prontos y, cuando se le encendía la vena no había ninguno que le parara.
¡ Y quien no recuerda el bar Teveo, situado donde ahora está el BBVA! Era, también, lugar y punto de encuentro de la época. En su interior se jugaba a la baraja y al dominó hasta altas horas de la madrugada.
Y por esos alrededores un personaje conocido con el sobrenombre de "el hombre de cuero", capaz de comerse de una sola sentada más de diez kilos de papas arrugadas; eso sí, acompañadas por unos vasos de vino y unos trozos de carne. Y otro era un tal don Fernando "el gato", que vivía en la calle Calvario, habitual del bar el Kiosco, que está en la plaza de la Constitución, que acudía cada día a tomarse un café y unas copas. Era persona correcta, silenciosa, y muy observadora. Su buena posición económica le permitió viajar por toda Europa, un lujo que, por aquellos años, muy pocos se podían dar.
Cuentan que, en este mismo lugar, se reunían ciertos personajes de la época, entre los que figuraban médicos, abogados y veterinarios, todos ellos de la Península. Sus charlas con frecuencia, se basaban en  hablar mal de Canarias y, de forma especial de La Orotava. Nuestro hombre aguantaba aquellas críticas sin rechistar. Pero, como todo  ser humano, tenía un límite y, harto de escuchar aquellas críticas y ante el asombro de todos los asistentes, se levantó de la silla y les espetó el siguiente verso:
                                         "Después de la guerra de España
                                          nos invadieron los godos,
                                          revienta Teide querido
                                          y llénalos de mierda a todos".

Los hermanos Taquito y Agapito Regalado y Domingo que estaba de recadero en el colegio de la Milagrosa; "Los Bebeaguas" y un sinfín de personajes que deambulaban por las calles.

Una de las casas de comida más interesante de la época fue el "Bar Cuesta Arriba", regentado por Isaac Cabrera. Un monárquico acérrimo, hasta el punto de que cada uno de los comedores de su establecimiento llevaban el nombre de Alfonso XIII, Alfonso XII, La Reina Mercedes, Felipe IV y así sucesivamente. Por lo tanto la pregunta de rigor que hacía a sus clientes, era la siguiente: ¿Los señores ya han decidido en cual de los comedores desean pasar la velada?, en el Alfonso XII o en el de la Reina Cristina...
El bueno de Isaac tenía un forma  muy rara de llevar el negocio. Recuerdo que un día acudió al Liceo de Taoro para ver uno de los ensayos del grupo de teatro La Palestra, al final nos invitó a cenar a su restaurante. Nos hizo pasar a uno de aquellos comedores, con la sorpresa de que allí ni había mesas ni sillas, así que nos sentamos en el suelo y no pusimos a comer con la mayor naturalidad del mundo. Eso sí, antes cubrimos el suelo con papeles de periódico... Aunque aquello nos resultó algo chocante la comida fue una delicia.
Además, don Isaac Cabrera era culto y gran polifacético, colaboraba en el periódico EL DIA, donde publicaba artículos sobre el acontecer diario del pueblo, así como otras anécdotas y curiosidades. Un día dedicó uno de sus trabajos a Ernesto Salcedo, que era por aquel entonces director del matutino tinerfeño. El título de artículo era el siguiente: "La importancia de llamarse Ernesto". Aquello no fue bien acogido por el director, que a partir de entonces le prohibió publicar.

El Espía
Decían que Isaac Cabrera era todo un patriota. Un día, en plena guerra, llegó a  La Orotava un joven militar presumiendo de héroe y de haber recibido varias heridas durante la refriega. La fama de aquel joven pronto corrió por el pueblo. Enterado Isaac de las hazañas del valiente guerrero, llevado por su sentimiento patriótico y en vista de que no tenía donde hospedarse, se interesó por él y le dio cobijo en su casa durante varios meses, sin cobrarle una peseta. Pasaba el tiempo y entre nuestro personaje y aquel héroe se entabló  una sincera amistad. Pero, he aquí, que un buen día, el recién llegado conoció a una guapa señora que, con frecuencia, visitaba las instalaciones del cuartel de San Agustín de La Orotava para ofertar material de oficina o algo parecido a los oficiales de aquel destacamento. Dicen que los encuentros entre el "héroe" y la guapa señora eran cada vez más frecuentes. Desgraciadamente, el idilio no duró demasiado porque aquella pareja no era otra cosa que dos espías del ejército republicano en busca de información. Cuentan que ambos fueron fusilados en el Barranco Hierro de La Victoria... Los que recuerdan aquello dicen que a Isaac casi le da un soponcio y, gracias a sus amistades, la cosa para él no tuvo males mayores.

En este ambiente , de novena y llovizna interminable, se deslizó la vida de La Orotava, a penas roto unas cuantas veces al año por tal o cual solemnidad tradicional, donde la leyenda y la anécdota se dan de la mano para llegar a nuestros días.


   

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