lunes, 7 de octubre de 2019

Y LA HISTORIA CONTINÚA…



Y  LA HISTORIA CONTINÚA…

Por  Benjamín Afonso

Y al igual que las anécdotas vividas por el alcalde Don Pepón en la novela de Giovanni Guareschi son tiernas y divertidas, las del alcalde de San Juan de La Rambla, Don Manolón, también son simpáticas y, en ocasiones, nada tienen que envidiar a las de su homónimo italiano. Lo digo desde ya porque el lector irá encontrando, al igual que en los sucesivos relatos los personajes que revolotean cerca de don Manolón. Nos harán reír y otras, las menos, nos sumirán en una profunda reflexión en busca de alguna explicación que nos haga comprender como un hombre tan bruto e inculto, incapaz de hacerse el nudo de la corbata fue capaz de gobernar un pueblo durante casi veinte años… Un tiempo en el que fue protagonista de aciertos y errores, de luces y sombras que lo acompañaron a lo largo de su mandato. Decir que todo fue negativo sería injusto. Don Manolón ­- aseguraba el cura don Sebastián- “sólo necesita de un soplo divino, de una luz celestial que lo haga más humano...” Eso era lo que pedía al Cristo en sus oraciones y, miren por dónde, a fuerza de tanta plegaria alguna gracia le concedía, como cuando tuvo la feliz iniciativa de construir un polideportivo para los jóvenes del barrio de San José, y en otra ocasión viviendas demandadas por las familias…
Pero lo cierto es que a nuestro personaje le dominaba una irá desaforada, incapaz de controlarla. Y era entonces cuando parecía un poseso. Y al igual que don Quijote se enfrentaba contra los molinos de viento creyéndolos gigantes, don Manolón actuaba con la misma furia y enojo contra todo aquel que no compartía sus ideas, o se negaba a cumplir sus caprichos. Pero todo eso no estaba exento de unas dosis de humor… Y es que por mucho que se esforzara en ponerle seriedad a sus decisiones, por una u otra razón las cosas se torcían de tal forma que el resultado final era una payasada que corría de boca en boca y servía de anécdota festiva en tabernas y güachinches de la comarca… Por eso todos recuerdan el día que, sin causa y motivo alguno que lo justificara le declaró la guerra a
uno de sus mejores amigos, al también alcalde del pueblo vecino de La Guancha, José Grillo. Nadie, ni los más íntimos, supieron nunca el origen de aquel encono y mucho menos, el que hasta entonces fue su amigo del alma. Si hasta hace poco era frecuente verlos juntos, charlando animadamente en cualquier calle del pueblo o degustando un buen vino de la zona, esa imagen desapareció… A tanto llegó el enfrentamiento que, cosas del destino. La casa de Don Manolón está asentada sobre una pequeña loma que en su base figuraba un cartel que rezaba: “Lomo la Guancha”. El alcalde sin pensárselo mucho y haciendo alarde de su habitual brutalidad, convocó sesión plenaria con un único punto en el Orden del Día : “Cambiar el nombre del dichoso letrero”. Sus concejales, extrañados intentaron por todos los medios conocer las razones o fundamentos de aquel arrebato, pero conocedores de que nada ni nadie le iba a quitar la idea, lo dejaron. Se celebró el Pleno con el acuerdo siguiente: “Sustituir el nombre del letrerito por “ Lomo el guanche”... Como siempre y con el paso de los años aquello acabó en otra anécdota festiva, tal como relataremos más adelante.
Tampoco sirvieron los ruegos del cura que, enterado de lo sucedido acudió ante el Cristo para pedirle -una vez más - cordura para el alcalde. Allí se postró ante la imagen y sin mediar palabra alguna le espetó:
-“Señor, dime, ¿ cómo un ser humano puede ser tan bruto, tan soberbio y verter tanto odio contra quien hasta no hace mucho era su mejor amigo..? …, qué amigo, ¡¡¡hermano..!!!”
- “Señor… sé que los hombres encerramos odio, rencor y que en muchas ocasiones somos egoístas y no ayudamos a nuestros semejantes como nos enseñaste… Además, reconozco que es muy difícil perdonar a nuestros enemigos, y más difícil aún perdonar a Don Manolón porque es un mulo con pantalones… pero dale cordura y un poquito de raciocinio.”
-El Cristo, sonriendo, le contestó:
-“Mira, Sebastián, tú mismo estás demostrando que guardas rencor a quien debes considerar un hermano...No pidas a los demás que sigan mis enseñanzas y ejemplo cuando tú, que te consideras mi discípulo no la practicas…”
-Pero, Señor… (dijo don Sebastián queriendo rebatirle)
El Cristo no le dejó continuar, interrumpiéndole enérgicamente:
-“¡¡¡ Calla y  atiéndeme…!!!  Serena tu espíritu ... ¿A ti no te parece que tienes una alta dosis de orgullo?... Pues mira, por eso te voy a poner una prueba muy dura… Reconozco que será un gran sacrificio para ti, pero sabedor de la obediencia que me tienes y del amor que me profesas me gustaría dieras a don Manolón una lección de humildad…”.
-“Dime, Señor, soy todo oídos y sabes que tus deseos siempre los cumplo con fe ciega, obediencia y sumisión”.
- “Bueno… bueno…” ( le dijo el Cristo complacido ante las palabras de don Sebastián.) “ Lo que te voy a pedir… y no me rechistes “, ( le advirtió el Cristo antes de continuar ) “es que hagas una visita a Don Manolón y le anuncies que estás dispuesto a bendecir a San José EL ATEO y acompañarlo en procesión..”.
-“Pero señor”-protestó el cura- “no me pidas eso…” Sabes perfectamente que esa imagen no ha recibido ni una gota de agua bendita. Que la trajo Don Manolón de no se sabe dónde, y que para burla y mofa de esta pequeña iglesia fue colocada por sus correligionarios en una pequeña hornacina que hay en las paredes exteriores del templo… Señor.. te lo ruego, no me pongas esa prueba, mira que cuando las gentes pasan por esta imagen le miran de reojo, se mofan y le sonríen socarronamente…”
-“ Nada nada…Te lo mando y aunque reconozco que tienes parte de razón…, te ordeno temples tu espíritu…, hables con Don Manolón de los preparativos religiosos y todo lo que conlleva la bendición de San José el ATEO, así como el recorrido procesional. Verás la paz interior que vas a sentir… ¡¡¡Es más…!!! cuando eso ocurra desaparecerá el sobrenombre de la imagen.Ten por seguro que serán muchos los feligreses que ese día acudirán a la Santa Misa que tú celebrarás… Será un día grande para la pequeña parroquia que regentas, incluyendo en los actos- insistió- la bendición de esa imagen que tanta habladuría despierta entre los seguidores de Don Manolón convocará a muchos feligreses”.
- “Convéncete -continuó el Cristo- “de que este San José, aunque no haya recibido bendición alguna forma parte de esta comunidad religiosa, de tu parroquia. No me negaras que ha sido testigo de importantes acontecimientos.  En silencio ha visto pasar a las gentes atravesando la plaza con sus penas y alegrías. Además, desde lo alto de su hornacina conoce el esfuerzo y el sudor del agricultor, que azadón en mano surca la tierra para cultivar los productos del campo”.
El pobre cura dándose cuenta de que el Cristo no iba a cambiar de opinión, asumió con resignación lo encomendado a sabiendas del gran esfuerzo que le iba a suponer. Así qué, sin más, se arrodilló y con resignación y le dijo: “ Vale, Señor, si esa es tu decisión así será”.
Luego, abandonó el templo un tanto contrariado. No acababa de entender los deseos del Cristo, pero después de reflexionar sobre el tema llegó a la conclusión que lo mejor sería cumplir sin más explicaciones... Además - pensó- “aún queda cerca de un año por delante para celebrar el día del santo y su romería. Por medio están las elecciones municipales y, por lo que se escucha, Don Manolón no lo va a tener tan fácil”.

EL OCASO DE DON MANOLÓN

Pasan varios meses y el cura empezó de percibir que después de la última conversación con el Cristo, la popularidad de Don Manolón decaía vertiginosamente. Sus amigos más allegados y muchos vecinos manifestaban públicamente su contrariedad y desacuerdo con el alcalde, cosa que nunca había sucedido. Tanto, que muchos vertían las críticas en lugares públicos. Y aunque Don Manolón era informado por sus correligionarios de todo ello, se esforzaba en aparentar que no le afectaba. No obstante, su personalidad se debilitaba y su carácter hosco, brioso y bravucón iba a menos. De tal manera, que toda aquella vitalidad pasó a una depresión profunda, alejándolo de su círculo de amistades. Ni los aplausos de sus concejales, alguno de ellos pelotillas de profesión, fueron suficiente para evitarle aquel aislamiento…
El barrio de San José, al igual que otro de nuestra geografía insular tiene una pequeña iglesia, una plaza y media docena de cafeterías. Algún restaurante y tiendas de comestibles, una entidad bancaria y tiendas de calzado, todas ellas ubicadas a ambos lados de una carretera que con sinuosidades de serpiente se adentra hasta los pueblos limítrofes. Si en algo se diferencia este barrio de otro es que, curiosamente, dispone de Ayuntamiento. Díganme ustedes que barrio de todo el territorio nacional   dispone de Casas Consistoriales.  Pues bien, esta decisión salió del cacumen de nuestro personaje que, un día y ante la sorpresa de todos trasladó el Ayuntamiento, del centro histórico hasta el citado barrio, lo que produjo gran revuelo y una tensión social jamás vivida por la zona. Tanto, que hoy San Juan de la Rambla quedó dividido en “Villabajo y Villarriba”, un asunto que por su complejidad abordaremos más adelante.
Pero volviendo a lo que nos ocupa, al cura le llegan noticias que Don Manolón, agobiado por la situación de desasosiego e inestabilidad emocional que sufre está a punto de visitarle.
Consciente de estar pasando por bajos momentos, está convencido que una charla o un cambio de impresiones con el curita le vendría bien, máxime si la conversación gira en torno a las obras de restauración y mejora de la iglesia y la plaza. Sería buen momento para tratar la pérdida de popularidad que vive entre los vecinos. Seguro que el cura podría darle un buen consejo y hasta asesorarle sobre la situación por la que atraviesa.  
Así que, Don Manolón, ante tanta inquietud y después de habérselo  pensado mucho decide visitar a don Sebastián para pedirle consejo sobre sus desdichas, explicándole, además, los motivos y causas de la inquietud interior que siente en su espíritu. Se trata de una visita muy meditada, a sabiendas que se presentaba en momentos pocos favorables, lo que suponía acudir en inferioridad de condiciones.

“Claro” -meditaba- “cerca de veinte años como alcalde me doy cuenta de que mi persona está perdiendo interés, y mis amigos comienzan a sentir cierto rechazo por la política totalitaria que vengo ejerciendo”. “Y lo peor del caso”- reconocía en su interior- “es que esa misma sensación empiezo a percibir entre mi propia familia”.
Sumido en sus tribulaciones se debatía en el asunto que más le preocupaba: “… las elecciones municipales que estaban a la vuelta de la esquina… algo me dice que voy a perderlas y entonces… ¿qué será de mí…?”. Y todavía sus pensamientos le llevaron más allá…, casi a lo trágico… “ Si pierdo la alcaldía y paso a simple concejal… seré una mierda espichada en un palo… un ser insignificante”.
Con esos pensamientos llegó hasta la puerta de la sacristía, dando dos golpes. Del interior se escuchó la voz del cura: “Pase Don Manolón...” (una vez dentro le invitó a sentarse) A ver, ¿cuénteme el motivo de su visita…?
 El hombre estaba nervioso, no sabía por dónde empezar. Por su cabeza pasaban tantas cosas que llegó a sentir cierto aturdimiento, pero poco a poco comenzó a recuperar la calma y a poner sus ideas en orden. No quería que el cura notara como se encontraba realmente, por lo que de inmediato añadió:
“Mire, don Sebastián…, usted conoce muy bien mi forma de ser…, mi soberbia y brusquedad tratando a mis amigos y vecinos… Lo digo porque usted mismo ha sido víctima de mis malas artes, malos humores y desprecios…”
-Si hijo, conozco su forma de ser y de su mala educación, “por cierto, incorregible”, añadió.
“Verdad” -asintió Don Manolón con resignación- “no quiero ni acordarme la que monté al señor obispo, don Felipe Fernández, cuando vino a inaugurar las instalaciones anexas a esta pequeña iglesia… Y los desplantes que sufre usted cuando acude al Ayuntamiento en busca de ayuda para la iglesia o de cualquier consulta… Ahora me arrepiento de todo esto…”
Don Sebastián le escuchaba con atención, para luego recordarle:
- “El mayor follón que usted tiene montado fue trasladar el ayuntamiento a este barrio, dejando el casco histórico vacío de su primera institución, pero siga usted con los motivos que le trajeron hasta aquí”.
-“Mire, cura, nadie como usted sabe el esfuerzo y sacrificio que me supone venir para contarle mis pesares, mis problemas, mis apuros. Me encuentro en un mar de confusiones. Sé que no tengo ningún derecho, no soy digno de que me escuche porque reconozco haber actuado mal, pero no solamente con usted, también con otras personas me he portado como un verdadero canalla. Confieso que lo de trasladar el Ayuntamiento hasta San José fue algo irracional. En definitiva, cura, soy un  sinvergüenza…”
“Pero no quiero cansarle con mis problemas,  nadie como usted sabe de mis defectos, así que sin más rodeos, decirle que mi visita se debe a que se aproximan las elecciones municipales y algo me dice que el resultado no será muy favorable… Percibo que amigos y vecinos empiezan a sentir rechazo hacia mi persona, incluida mi propia familia. Las cosas se me han ido de las manos”,- continuó – apesadumbrado - “hasta el punto de que mi sobrino y concejal Marquito, mi pelotilla preferido, se ha confabulado  presentándose con otro partido político. Todo para hundirme políticamente ”.
Don Manolón se mostraba realmente preocupado, nervioso. Por eso, llegó un momento que, después de una larga y meditada pausa dijo:
“Cura, creo que las próximas elecciones las tengo perdidas me van a echar del Ayuntamiento”.
 El cura, que hasta ese momento le había escuchado atentamente, con la cabeza baja le dijo:
- “Mire, si usted dejar de ser alcalde vendrán otros que gestionarán los temas municipales. No como usted, desde luego, pero tenga por seguro que las puertas del ayuntamiento seguirán abiertas y no se acabará el mundo”.
-“Lo sé, lo sé” – respondió – “pero para mí sería terrible que un tal Tomás, que también se presenta como concejal lo eligieran alcalde, ¿me comprende?”
 “ ¿ Y qué tiene de malo qué don Tomás salga de alcalde?... Me imagino que al Tomás que usted se refiere es el policía local que estuvo acosándolo en el trabajo, tanto que se vió obligado a dejarlo por las fuertes discrepancias que mantenía con él “.
“Cura, no quiero ni imaginarme la situación”.
-“El Pleno donde los nuevos concejales toman posesión de sus cargos… ¡¡¡Todos de acuerdo para mandarme a la puta oposición !!!, me lo sospecho”.  
Al llegar a este punto don Manolón guardo silencio unos instantes para luego preguntarle:
-“Oiga, cura ¿ si se diera esa situación usted cree que un servidor debe acudir al pleno y tomar posesión del cargo de simple concejal de mierda?
-Don Sebastián, le miró detenidamente y le dijo:
“Don Manolón,  hace tiempo que estoy convencido de que es usted un soberbio e inculto de tomo y lomo.  No tiene usted remedio, ni con los rezos, plegarias y oraciones que le hago al Cristo pidiéndole corrija sus defectos dan resultado alguno”. ..
Tras un breve silencio y un tanto desilusionado le aconsejó que acudiera al Pleno y tomara posesión del cargo de alcalde o de edil, respetando así la decisión del pueblo.
Cuando Don Manolón escuchó la palabra “edil”, interrumpió al cura para preguntarle:
-¿qué demonios significaba “edil…” …?
El cura con un gesto de resignación y una sonrisita burlona, contestó:
-“Mire, la palabra edil es un sinónimo de concejal, tiene el mismo significado, pero no me pregunte ahora que es un sinónimo porque entonces no acabamos... Pero no se preocupe que usted no es ninguna de las dos cosas, usted lleva el sinónimo de “tollo”.
-Luego, sin subir el tono de voz le dijo: “Mire, Don Manolón, usted” -recalcó- “no es más que nadie y le aconsejo acuda al Pleno, hágalo con humildad porque  debe aceptar el puesto donde lo coloque el pueblo. Le digo esto porque su ausencia puede provocar comentarios entre la vecindad  y el rechazo unánime de las gentes, incluidos los pocos amigos que le quedan. Además de ser el blanco y el hazmerreír de todos por muchos años “.
El cura quiso dar por finalizado el encuentro al darse cuenta que los consejos dados era inútiles.
Y llegaron las elecciones municipales y los augurios de Don Manolón se hicieron realidad pues, Tomás, su enemigo número uno, iba tomar posesión como alcalde en una sesión plenaria llena de gentes venidas de todos los pueblos limítrofes.
La expectación era grande al conocerse la noticia. El salón de plenos estaba a tope de público, la gran mayoría acudía con la intención de ver la cara de Don Manolón, pálida, congestionada y con un rictus de odio y amargura. Sus enemigos, que eran muchos, querían disfrutar de su derrota, pero... consciente y sabedor de ello no se presentó, dejando a toda aquella gente con tres palmos de narices. Así que iniciado el Pleno, y observando los allí asistentes su ausencia, empezaron a abandonar el ayuntamiento, no sin antes verter numerosas críticas contra quien, hasta hace poco había sido su alcalde.
Pero el ex policía duró poco al frente de la alcaldía, y miren ustedes por donde, pasó a ocuparla doña Fidela Velázquez. Y lo curioso no es tan curioso sino fuera porque Velázquez es sobrina directa de la mujer de Don Manolón,  la misma que al poco tiempo de llegar a la alcaldía ordenó retirar el dichoso cartel que su tío político había sustituido. La nueva mandataria no convocó pleno, limitándose a colocar un nuevo cartel donde se podía leer: “LOMO LA GUANCHA”. Eso sí, ahora el dichoso cartel ocupa doble espacio que el anterior y muchos más visible.