Y LA HISTORIA CONTINÚA…
Por Benjamín
Afonso
Y al igual que las anécdotas vividas por el alcalde Don Pepón
en la novela de Giovanni Guareschi son tiernas y divertidas, las del alcalde de
San Juan de La Rambla, Don Manolón, también son simpáticas y, en ocasiones,
nada tienen que envidiar a las de su homónimo italiano. Lo digo desde ya porque
el lector irá encontrando, al igual que en los sucesivos relatos los personajes
que revolotean cerca de don Manolón. Nos harán reír y otras, las menos, nos
sumirán en una profunda reflexión en busca de alguna explicación que nos haga
comprender como un hombre tan bruto e inculto, incapaz de hacerse el nudo de la
corbata fue capaz de gobernar un pueblo durante casi veinte años… Un tiempo en
el que fue protagonista de aciertos y errores, de luces y sombras que lo
acompañaron a lo largo de su mandato. Decir que todo fue negativo sería
injusto. Don Manolón - aseguraba el cura don Sebastián- “sólo necesita de un
soplo divino, de una luz celestial que lo haga más humano...” Eso era lo que pedía
al Cristo en sus oraciones y, miren por dónde, a fuerza de tanta plegaria alguna
gracia le concedía, como cuando tuvo la feliz iniciativa de construir un
polideportivo para los jóvenes del barrio de San José, y en otra ocasión viviendas
demandadas por las familias…
Pero lo cierto es que a nuestro personaje le dominaba una irá
desaforada, incapaz de controlarla. Y era entonces cuando parecía un poseso. Y
al igual que don Quijote se enfrentaba contra los molinos de viento creyéndolos
gigantes, don Manolón actuaba con la misma furia y enojo contra todo aquel que
no compartía sus ideas, o se negaba a cumplir sus caprichos. Pero todo eso no
estaba exento de unas dosis de humor… Y es que por mucho que se esforzara en
ponerle seriedad a sus decisiones, por una u otra razón las cosas se torcían de
tal forma que el resultado final era una payasada que corría de boca en boca y
servía de anécdota festiva en tabernas y güachinches de la comarca… Por eso
todos recuerdan el día que, sin causa y motivo alguno que lo justificara le
declaró la guerra a
uno de sus mejores amigos, al también alcalde del pueblo
vecino de La Guancha, José Grillo. Nadie, ni los más íntimos, supieron nunca el
origen de aquel encono y mucho menos, el que hasta entonces fue su amigo del
alma. Si hasta hace poco era frecuente verlos juntos, charlando animadamente en
cualquier calle del pueblo o degustando un buen vino de la zona, esa imagen desapareció…
A tanto llegó el enfrentamiento que, cosas del destino. La casa de Don Manolón está
asentada sobre una pequeña loma que en su base figuraba un cartel que rezaba:
“Lomo la Guancha”. El alcalde sin pensárselo mucho y haciendo alarde de su habitual
brutalidad, convocó sesión plenaria con un único punto en el Orden del Día : “Cambiar
el nombre del dichoso letrero”. Sus concejales, extrañados intentaron por todos
los medios conocer las razones o fundamentos de aquel arrebato, pero
conocedores de que nada ni nadie le iba a quitar la idea, lo dejaron. Se
celebró el Pleno con el acuerdo siguiente: “Sustituir el nombre del letrerito
por “ Lomo el guanche”... Como siempre y con el paso de los años aquello acabó
en otra anécdota festiva, tal como relataremos más adelante.
Tampoco sirvieron los ruegos del cura que, enterado de lo
sucedido acudió ante el Cristo para pedirle -una vez más - cordura para el
alcalde. Allí se postró ante la imagen y sin mediar palabra alguna le espetó:
-“Señor, dime, ¿ cómo un ser humano puede ser tan bruto, tan
soberbio y verter tanto odio contra quien hasta no hace mucho era su mejor
amigo..? …, qué amigo, ¡¡¡hermano..!!!”
- “Señor… sé que los hombres encerramos odio, rencor y que en
muchas ocasiones somos egoístas y no ayudamos a nuestros semejantes como nos
enseñaste… Además, reconozco que es muy difícil perdonar a nuestros enemigos, y
más difícil aún perdonar a Don Manolón porque es un mulo con pantalones… pero
dale cordura y un poquito de raciocinio.”
-El Cristo, sonriendo, le contestó:
-“Mira, Sebastián, tú mismo estás demostrando que guardas
rencor a quien debes considerar un hermano...No pidas a los demás que sigan mis
enseñanzas y ejemplo cuando tú, que te consideras mi discípulo no la practicas…”
-Pero, Señor… (dijo don Sebastián queriendo rebatirle)
El Cristo no le dejó continuar, interrumpiéndole enérgicamente:
-“¡¡¡ Calla y atiéndeme…!!!
Serena tu espíritu ... ¿A ti no te
parece que tienes una alta dosis de orgullo?... Pues mira, por eso te voy a
poner una prueba muy dura… Reconozco que será un gran sacrificio para ti, pero
sabedor de la obediencia que me tienes y del amor que me profesas me gustaría dieras
a don Manolón una lección de humildad…”.
-“Dime, Señor, soy todo oídos y sabes que tus deseos
siempre los cumplo con fe ciega, obediencia y sumisión”.
- “Bueno… bueno…” ( le dijo el Cristo complacido ante
las palabras de don Sebastián.) “ Lo que te voy a pedir… y no me rechistes “, (
le advirtió el Cristo antes de continuar ) “es que hagas una visita a Don
Manolón y le anuncies que estás dispuesto a bendecir a San José EL ATEO y acompañarlo
en procesión..”.
-“Pero señor”-protestó el cura- “no me pidas eso…” Sabes
perfectamente que esa imagen no ha recibido ni una gota de agua bendita. Que la
trajo Don Manolón de no se sabe dónde, y que para burla y mofa de esta pequeña
iglesia fue colocada por sus correligionarios en una pequeña hornacina que hay en
las paredes exteriores del templo… Señor.. te lo ruego, no me pongas esa
prueba, mira que cuando las gentes pasan por esta imagen le miran de reojo, se
mofan y le sonríen socarronamente…”
-“ Nada nada…Te lo mando y aunque reconozco que tienes
parte de razón…, te ordeno temples tu espíritu…, hables con Don Manolón de los
preparativos religiosos y todo lo que conlleva la bendición de San José el
ATEO, así como el recorrido procesional. Verás la paz interior que vas a sentir…
¡¡¡Es más…!!! cuando eso ocurra desaparecerá el sobrenombre de la imagen.Ten
por seguro que serán muchos los feligreses que ese día acudirán a la Santa Misa
que tú celebrarás… Será un día grande para la pequeña parroquia que regentas,
incluyendo en los actos- insistió- la bendición de esa imagen que tanta
habladuría despierta entre los seguidores de Don Manolón convocará a muchos
feligreses”.
- “Convéncete -continuó el Cristo- “de que este San
José, aunque no haya recibido bendición alguna forma parte de esta comunidad
religiosa, de tu parroquia. No me negaras que ha sido testigo de importantes
acontecimientos. En silencio ha visto
pasar a las gentes atravesando la plaza con sus penas y alegrías. Además, desde
lo alto de su hornacina conoce el esfuerzo y el sudor del agricultor, que
azadón en mano surca la tierra para cultivar los productos del campo”.
El pobre cura dándose cuenta de que el Cristo no iba a
cambiar de opinión, asumió con resignación lo encomendado a sabiendas del gran
esfuerzo que le iba a suponer. Así qué, sin más, se arrodilló y con resignación
y le dijo: “ Vale, Señor, si esa es tu decisión así será”.
Luego, abandonó el templo un tanto contrariado. No
acababa de entender los deseos del Cristo, pero después de reflexionar sobre el
tema llegó a la conclusión que lo mejor sería cumplir sin más explicaciones... Además
- pensó- “aún queda cerca de un año por delante para celebrar el día del santo
y su romería. Por medio están las elecciones municipales y, por lo que se
escucha, Don Manolón no lo va a tener tan fácil”.
EL OCASO DE DON MANOLÓN
Pasan varios meses y el cura empezó de percibir que
después de la última conversación con el Cristo, la popularidad de Don Manolón
decaía vertiginosamente. Sus amigos más allegados y muchos vecinos manifestaban
públicamente su contrariedad y desacuerdo con el alcalde, cosa que nunca había
sucedido. Tanto, que muchos vertían las críticas en lugares públicos. Y aunque Don
Manolón era informado por sus correligionarios de todo ello, se esforzaba en
aparentar que no le afectaba. No obstante, su personalidad se debilitaba y su carácter
hosco, brioso y bravucón iba a menos. De tal manera, que toda aquella vitalidad
pasó a una depresión profunda, alejándolo de su círculo de amistades. Ni los aplausos
de sus concejales, alguno de ellos pelotillas de profesión, fueron suficiente
para evitarle aquel aislamiento…
El barrio de San José, al igual que otro de nuestra geografía
insular tiene una pequeña iglesia, una plaza y media docena de cafeterías. Algún
restaurante y tiendas de comestibles, una entidad bancaria y tiendas de
calzado, todas ellas ubicadas a ambos lados de una carretera que con
sinuosidades de serpiente se adentra hasta los pueblos limítrofes. Si en algo
se diferencia este barrio de otro es que, curiosamente, dispone de
Ayuntamiento. Díganme ustedes que barrio de todo el territorio nacional dispone de Casas Consistoriales. Pues bien, esta decisión salió del cacumen de
nuestro personaje que, un día y ante la sorpresa de todos trasladó el Ayuntamiento,
del centro histórico hasta el citado barrio, lo que produjo gran revuelo y una tensión
social jamás vivida por la zona. Tanto, que hoy San Juan de la Rambla quedó
dividido en “Villabajo y Villarriba”, un asunto que por su complejidad abordaremos
más adelante.
Pero volviendo a lo que nos ocupa, al cura le llegan noticias
que Don Manolón, agobiado por la situación de desasosiego e inestabilidad
emocional que sufre está a punto de visitarle.
Consciente de estar pasando por bajos momentos, está
convencido que una charla o un cambio de impresiones con el curita le vendría
bien, máxime si la conversación gira en torno a las obras de restauración y
mejora de la iglesia y la plaza. Sería buen momento para tratar la pérdida de
popularidad que vive entre los vecinos. Seguro que el cura podría darle un buen
consejo y hasta asesorarle sobre la situación por la que atraviesa.
Así que, Don Manolón, ante tanta inquietud y después de habérselo
pensado mucho decide visitar a don
Sebastián para pedirle consejo sobre sus desdichas, explicándole, además, los
motivos y causas de la inquietud interior que siente en su espíritu. Se trata
de una visita muy meditada, a sabiendas que se presentaba en momentos pocos
favorables, lo que suponía acudir en inferioridad de condiciones.
“Claro” -meditaba- “cerca de veinte años como alcalde me doy cuenta de que mi
persona está perdiendo interés, y mis amigos comienzan a sentir cierto rechazo
por la política totalitaria que vengo ejerciendo”. “Y lo peor del caso”-
reconocía en su interior- “es que esa misma sensación empiezo a percibir entre
mi propia familia”.
Sumido en sus tribulaciones se debatía en el asunto que más
le preocupaba: “… las elecciones municipales que estaban a la vuelta de la
esquina… algo me dice que voy a perderlas y entonces… ¿qué será de mí…?”. Y
todavía sus pensamientos le llevaron más allá…, casi a lo trágico… “ Si pierdo
la alcaldía y paso a simple concejal… seré una mierda espichada en un palo… un
ser insignificante”.
Con esos pensamientos llegó hasta la puerta de la sacristía,
dando dos golpes. Del interior se escuchó la voz del cura: “Pase Don Manolón...”
(una vez dentro le invitó a sentarse) A ver, ¿cuénteme el motivo de su visita…?
El hombre estaba
nervioso, no sabía por dónde empezar. Por su cabeza pasaban tantas cosas que
llegó a sentir cierto aturdimiento, pero poco a poco comenzó a recuperar la
calma y a poner sus ideas en orden. No quería que el cura notara como se
encontraba realmente, por lo que de inmediato añadió:
“Mire, don Sebastián…, usted conoce muy bien mi forma de ser…,
mi soberbia y brusquedad tratando a mis amigos y vecinos… Lo digo porque usted
mismo ha sido víctima de mis malas artes, malos humores y desprecios…”
-Si hijo, conozco su forma de ser y de su mala educación, “por
cierto, incorregible”, añadió.
“Verdad” -asintió Don Manolón con resignación- “no quiero ni
acordarme la que monté al señor obispo, don Felipe Fernández, cuando vino a
inaugurar las instalaciones anexas a esta pequeña iglesia… Y los desplantes que
sufre usted cuando acude al Ayuntamiento en busca de ayuda para la iglesia o de
cualquier consulta… Ahora me arrepiento de todo esto…”
Don Sebastián le escuchaba con atención, para luego
recordarle:
- “El mayor follón que usted tiene montado fue trasladar el
ayuntamiento a este barrio, dejando el casco histórico vacío de su primera
institución, pero siga usted con los motivos que le trajeron hasta aquí”.
-“Mire, cura, nadie como usted sabe el esfuerzo y sacrificio
que me supone venir para contarle mis pesares, mis problemas, mis apuros. Me
encuentro en un mar de confusiones. Sé que no tengo ningún derecho, no soy
digno de que me escuche porque reconozco haber actuado mal, pero no solamente
con usted, también con otras personas me he portado como un verdadero canalla. Confieso
que lo de trasladar el Ayuntamiento hasta San José fue algo irracional. En
definitiva, cura, soy un sinvergüenza…”
“Pero no quiero cansarle con mis problemas, nadie como usted sabe de mis defectos, así que
sin más rodeos, decirle que mi visita se debe a que se aproximan las elecciones
municipales y algo me dice que el resultado no será muy favorable… Percibo que
amigos y vecinos empiezan a sentir rechazo hacia mi persona, incluida mi propia
familia. Las cosas se me han ido de las manos”,- continuó – apesadumbrado - “hasta
el punto de que mi sobrino y concejal Marquito, mi pelotilla preferido, se ha
confabulado presentándose con otro
partido político. Todo para hundirme políticamente ”.
Don Manolón se mostraba realmente preocupado, nervioso. Por
eso, llegó un momento que, después de una larga y meditada pausa dijo:
“Cura, creo que las próximas elecciones las tengo perdidas me
van a echar del Ayuntamiento”.
El cura, que hasta ese
momento le había escuchado atentamente, con la cabeza baja le dijo:
- “Mire, si usted dejar de ser alcalde vendrán otros que
gestionarán los temas municipales. No como usted, desde luego, pero tenga por
seguro que las puertas del ayuntamiento seguirán abiertas y no se acabará el
mundo”.
-“Lo sé, lo sé” – respondió – “pero para mí sería terrible
que un tal Tomás, que también se presenta como concejal lo eligieran alcalde, ¿me
comprende?”
“ ¿ Y qué tiene de
malo qué don Tomás salga de alcalde?... Me imagino que al Tomás que usted se refiere
es el policía local que estuvo acosándolo en el trabajo, tanto que se vió
obligado a dejarlo por las fuertes discrepancias que mantenía con él “.
“Cura, no quiero ni imaginarme la situación”.
-“El Pleno donde los nuevos concejales toman posesión de sus
cargos… ¡¡¡Todos de acuerdo para mandarme a la puta oposición !!!, me lo
sospecho”.
Al llegar a este punto don Manolón guardo silencio unos
instantes para luego preguntarle:
-“Oiga, cura ¿ si se diera esa situación usted cree que un
servidor debe acudir al pleno y tomar posesión del cargo de simple concejal de
mierda?
-Don Sebastián, le miró detenidamente y le dijo:
“Don Manolón, hace
tiempo que estoy convencido de que es usted un soberbio e inculto de tomo y
lomo. No tiene usted remedio, ni con los
rezos, plegarias y oraciones que le hago al Cristo pidiéndole corrija sus
defectos dan resultado alguno”. ..
Tras un breve silencio y un tanto desilusionado le aconsejó
que acudiera al Pleno y tomara posesión del cargo de alcalde o de edil,
respetando así la decisión del pueblo.
Cuando Don Manolón escuchó la palabra “edil”, interrumpió al
cura para preguntarle:
-¿qué demonios significaba “edil…” …?
El cura con un gesto de resignación y una sonrisita burlona,
contestó:
-“Mire, la palabra edil es un sinónimo de concejal, tiene el
mismo significado, pero no me pregunte ahora que es un sinónimo porque entonces
no acabamos... Pero no se preocupe que usted no es ninguna de las dos cosas,
usted lleva el sinónimo de “tollo”.
-Luego, sin subir el tono de voz le dijo: “Mire, Don Manolón,
usted” -recalcó- “no es más que nadie y le aconsejo acuda al Pleno, hágalo con
humildad porque debe aceptar el puesto
donde lo coloque el pueblo. Le digo esto porque su ausencia puede provocar
comentarios entre la vecindad y el
rechazo unánime de las gentes, incluidos los pocos amigos que le quedan. Además
de ser el blanco y el hazmerreír de todos por muchos años “.
El cura quiso dar por finalizado el encuentro al darse cuenta
que los consejos dados era inútiles.
Y llegaron las elecciones municipales y los augurios de Don
Manolón se hicieron realidad pues, Tomás, su enemigo número uno, iba tomar
posesión como alcalde en una sesión plenaria llena de gentes venidas de todos
los pueblos limítrofes.
La expectación era grande al conocerse la noticia. El salón
de plenos estaba a tope de público, la gran mayoría acudía con la intención de
ver la cara de Don Manolón, pálida, congestionada y con un rictus de odio y
amargura. Sus enemigos, que eran muchos, querían disfrutar de su derrota, pero...
consciente y sabedor de ello no se presentó, dejando a toda aquella gente con
tres palmos de narices. Así que iniciado el Pleno, y observando los allí
asistentes su ausencia, empezaron a abandonar el ayuntamiento, no sin antes verter
numerosas críticas contra quien, hasta hace poco había sido su alcalde.
Pero el ex policía duró poco al frente de la alcaldía, y
miren ustedes por donde, pasó a ocuparla doña Fidela Velázquez. Y lo curioso no
es tan curioso sino fuera porque Velázquez es sobrina directa de la mujer de
Don Manolón, la misma que al poco tiempo
de llegar a la alcaldía ordenó retirar el dichoso cartel que su tío político
había sustituido. La nueva mandataria no convocó pleno, limitándose a colocar
un nuevo cartel donde se podía leer: “LOMO LA GUANCHA”. Eso sí, ahora el
dichoso cartel ocupa doble espacio que el anterior y muchos más visible.