viernes, 27 de abril de 2012

Antonio María Hernández, el artífice del Hogar Santa Rita

Benjamín AFONSO

Los que conocimos al sacerdote Antonio María Hernández sabemos que hablar de su vida y de su obra es una ardua tarea de reflejar en un simple comentario como el que, en esta ocasión, pretendo. Por lo tanto, sin obviar sus grandes iniciativas, ya conocida por todos, como son el Hogar Santa Rita I y II, intentaré reflejar aquellos aspectos más anecdóticos e interesantes de su trayectoria; empezando desde su adolescencia, pasando por su lucha interna hasta llegar a su encuentro con Dios y terminando con su fructífera obra social y humana que todavía continua.

                                  Pasado y presente del "padre de los ancianos"

Antonio María Hernández Hernández vino al mundo en una época difícil en la vida política y social española. Fue allá, por el años 1936, recién comenzada la Guerra Civil Española.

Nuestro hombre nació en la Villa de La Orotava, en el número 74 de la calle San Juan, donde residían sus padres y hermanos, de alquiler. Esta casa siguió siendo su vivienda hasta su fallecimiento, ya que, con sus primeros sueldos conseguidos en Venezuela, ayudo a su padre a comprarla, pues era el mayor deseo de éste.

En su adolescencia, viendo que al ser de una familia humilde no tenía posibilidades de realizar los estudios de bachillerato, entró como ayudante de tapicero en la empresa orotavense de Pepe Quevedo y, más tarde, en la de Isaac Valencia (padre), hasta llegar a ser maestro en esta especialidad, cosa que les agradeció siempre.
En esa época también estudiaba Contabilidad, asistía a la Banda de Música y "aún tenía tiempo de enamorar con mi novia", me relataba.

Algo más tarde, viendo el auge emigratorio hacia Venezuela, decidió, con 17 años,  falsificar la firma de su padre en el permiso, construirse una maleta con doble fondo, llevando azafrán para poder venderlo y subsistir en previsión de posibles precariedades, y embarcarse hacia el país hermano.

Una vez allí, en la ciudad de Cagua, desempeñó el oficio aprendido, llegando a tener su propia tapicería, lo que le reportaba buen dinero, enviando a sus padres la suficiente cantidad para comprar la casa de La Orotava. Allí alternaba su trabajo con los estudios de bachillerato nocturno hasta obtener el título.

Más tarde se trasladó al Estado de Zulia, zona del lago Maracaibo, donde se introdujo en el mundo del boxeo. Sería en esta época donde el "padre Antonio", me confesaba que entró en un mundo vacío de valores e incluso anticlerical,  llegando a renegar de Dios y declararse ateo públicamente con otros amigos canarios de entonces, todo esto en Ciudad Ojeda.
Incluso estuvo a punto de casarse por lo civil, influenciado por un amigo que se había casado seis veces porque lo consideraba más rentable que un negocio.

Este ambiente le condujo a una cárcel de alto riesgo, en la ciudad de Calimas, durante tres meses, sin cambiarse de ropa, durmiendo en el suelo, en una celda de 12 metros cuadrados, con veintidós presos, algunos de ellos criminales peligrosos. Me relataba que el motivo de esta condena fue debido a una pelea que tuvo con tres venezolanos, a los que dejó medio muertos, después de que intentasen meterse con dos señoritas que le acompañaban,  por no ser él del país.

Tanto la cárcel como el boxeo fueron para nuestro hombre dos experiencias muy duras. La primera, por el trato inhumano y vejatorio que le hizo llegar a sentir odio contra todos; la segunda, por estar a punto de matar a un contrincante durante un combate, motivo que le hizo dejar este deporte.

Pero reconocía, asimismo que, gracias a la práctica del boxeo y ser una persona muy responsable, no se dejó atrapar por esa vorágine de vicio.

Nuestro sacerdote se preguntaba que, después de todo lo vivido, por qué, su vida no ha discurrido por otros derroteros, llegando a la conclusión de que "los caminos de Dios son inescrutables". Y más cuando, por querer satisfacer los deseos de su madre, persona muy religiosa, decidiera confesarse.
Esta experiencia la vivió con un sacerdote, Marcos Gelber, colombiano, que, en un principio, le rechazó viendo su aspecto- "con bigotes retorcidos hacía arriba y una camisa a cuadros"-, a lo que nuestro joven le espetó que "si no me confiesa ahora no lo haré nunca más".

El padre Gelber rectificó y, en su despacho, le escucho durante más de cuatro horas, dejando que vaciase todo su interior. El me comentaba que salió "flotando" y se produjo un gran cambio en su vida.
A partir de este momento, el padre Antonio decidió residir en un seminario para estar seguro de su vocación religiosa ya que de lo único que estaba seguro es que quería trabajar por los demás.

Después de un tiempo, mientras trabajaba de contable en una empresa petrolífera de la ciudad de Maracaibo, viendo que no podía ocultar más la situación a sus compañeros y comprendiendo que en esa ciudad no le convenía seguir, le preguntó al Superior del seminario si consideraba que tenía vocación, porque si no se venía a Canarias donde estaba su novia.

Ante la respuesta positiva del Superior, decidió entrar en el seminario y le destinaron a Colombia.
En este país, donde estudió la carrera de Biología, inició, con 24 años, su periplo y su ingente obra por dieciséis países como misionero de los Padres Capuchinos.

Con 28 años regresó a Tenerife, llevando la típica barba de la orden religiosa.
El encuentro con su madre fue realmente dramático pues no le reconocía y aseguraba que no era su hijo mientras, entre llantos, le tocaba la barba una y otra vez.

En la Península realizó estudios de Psicología y Teología para regresar de nuevo a Colombia. En su nueva etapa en este país lo destinaron a la isla de San Andrés, zona muy depimida.
Con 400 jóvenes, a los que consiguió ganarse enseñándoles judo, repartía alimentos por las zonas más pobres.

Como capellán de la marina, construyó 80 casas, con las ayudas de los infantes, para personas necesitadas, así como edificó un hogar para niños, con 240 camas.
Este edificio no llegó a verlo nunca ocupado, pero el juez de menores de la zona le había comunicado que el presidente Pastrana se había hecho cargo, entregándolo a una orden religiosa para que lo regentara.

Y en el año 1972 regresó a Tenerife como subdiácono. Su paso por La Orotava, en la parroquia de San Isidro, no fue nada agradable para nuestro sacerdote pues algunas personas cercanas al poder eclesiástico entendían que sus sermones durante la celebracion de los oficios no eran los más adecuados, me decía con tristeza. El ataque al cura partía de un pequeño grupo de presión encabezado por un tal Tomás M.P., un maestro de escuela y antiguo sensor de la etapa franquista que, quién lo iba a decir, llegó a dar la comunión durante la misa. Tanto hizo éste que el bueno de don Antonio fue trasladado por orden del Obispado. Todo ello, lógicamente, contra el deseo mayoritario de los feligreses que recibieron la noticia con el natural y lógico desagrado.

martes, 24 de abril de 2012

Crónica de los trágicos carnavales de 1925


Benjamín AFONSO

El retablo que donara al convento de dominicas de Puerto de la Cruz, don Juan de Montemayor, se conserva en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Peña de Francia, seguramente.

Esta magnífica obra artística que creemos recordar tiene algo más de un metro de alto y cuyo artífice se desconoce, parece ser que el donante la trajo de algún país americano.

Las crónicas de entonces relatan que el retablo miniatura de Montemayor corrió serio peligro de ser pasto de las llamas en el voraz incendio que redujo a ruinas el edificio del convento de Santa Catalina en los carnavales de febrero de 1925.
Aquella noche del día 25 marcó en las crónicas portuenses uno de los aconteceres más trágicos. Momentos luego de la medianoche desde las ventanas de la Sociedad Iriarte, situada entonces en un edificio que aún existe y que se encontraba frente al convento, se diviso una llamarada en lo alto del mirador y a los pocos minutos el fuego se extendía por el amplio edificio enmarcado por las calles de Quintana, Agustín de Bethencourt, J. Miranda y plaza de la iglesia. Crepitaba la tea de manera pavorosa y la colosal antorcha que iluminaba con sus tétricos resplandores la ciudad, poniendo en serio peligro la mayor parte de su casco urbano, siendo impotente todos los esfuerzos del vecindario y de los cuerpos de bomberos entre el que se encontraba el de la Capital para dominar el incendio. Ante esta situación todos los trabajos, con muy buen acierto, se limitaron a preservar las casas más próximas de la voracidad del siniestro. Entre ellas estaban la de las citadas calles. Hubo momentos en que las gentes se vieron invadidas por el pavor, por un miedo indescriptible que les situaba al mismo umbral de la demencia. El afán por lograr la mayor cantidad de agua para el servicio de las bombas extintoras llevó a unos hombres a romper la cabeza del cisne de cemento que se encuentra en la pila de la Plaza de la Iglesia, con la esperanza de que esta decapitación diera como resultado una mayor cantidad del tan necesario líquido. La cabeza del cisne fue luego restaurada, pero con tan poco acierto en principio que semejaba la cabeza de un perro. El pueblo hizo constar su desagrado colocándole un bozal. Ante esta advertencia se realizó un nuevo modelo que dio mejor resultado.
Entonces el convento estaba ocupado por las oficinas municipales y otros servicios públicos como la central de teléfonos, archivo, biblioteca y prisión municipal. En el patio central se había instalado un escenario por el que desfilaron célebres artistas. Además de ser un cinematógrafo  y recinto para peleas de gallos.

El pueblo actuó con energía y desprendimiento exponiéndose en algunos momentos a sufrir los terribles efectos de las llamas.

Al final, todo quedó destruido. Poco se pudo salvar de la catástrofe. Se perdió el templo y valiosas imágenes, se quemaron valiosos documentos, ardieron las escuelas allí existentes. Todo quedó reducido a ruinas. Fue necesario derruir los altos muros por temor a que pudieran caer. La desolación, la estampa trágica, la huella profunda del fuego quedó en medio del pueblo como una importante cicatriz.
Mi padre, Benjamín Afonso Padrón, años antes de su fallecimiento, recordando aquel suceso me relataba: "Fue un incendio inolvidable para todos los que lo presenciamos; para todos los que nos despertamos a los sonidos de la sirena de los bomberos, del timbre del teléfono que dejaron de oír su llamada continua al ser pasto de las llamas su núcleo de comunicaciones. Todos recordamos aún como se iluminaba la noche y como por las calles corría el clamor, la llamada de auxilio, el grito despavorido de las mujeres y el llanto de los asustados niños". Luego, tras una breve pausa y con cierta tristeza añadía: "aquel febrero de 1925 fue en el terrible día un impacto emocional que, por momentos, llegó a desequilibrar algunas mentes y que puso al borde del colapso a personas de avanzada edad".

Terrible noche de destrucción de la que solo se salvó como cosa de más valor el retablo de Montemayor. El corazón del donante no pudo librarse de la cremación. Conforme a una de sus cláusulas testamentarias, cuando falleció le fue extraído del pecho y depositado en un nicho junto a la Virgen del Rosario del convento Santo Domingo. Esto ocurría en el año 1743. En diciembre de 1778, el citado convento fue destruido por un incendio.

domingo, 22 de abril de 2012

El retorno del Cristo del Gran Poder del Puerto de la Cruz

                                     

  


Después de recorrer la sacra imagen las principales calles de la población, retorna a su templo. Es el momento de la Entrada. Ya el crepúsculo quemó sus últimas luces. Y la noche ha desplegado sus negros terciopelos donde las estrellas ponen sus flores de luz. La plaza de la iglesia y sus contornos son una hoguera de gentes y luces. Todos los ríos humanos han desembocado en la plaza. Ríos ansiosos del sonoro y lumínico espectáculo.

El Divino Nazareno avanza, imponente y silencioso, en medio de la inmensa multitud que lo acompaña. La mole de la torre parroquial recorta su gris silueta en la negra pizarra de la noche. Las campanas saltan de júbilo en las alturas, envueltas en capuchas de sombras. Bajo el índice hierático y gris de la torre, la sacra imagen descansa en su imponente serenidad. La multitud, medrosa, espera la ígnea sorpresa. Llega la aurora boreal de la Entrada. Los fuegos artificiales inundan con su luz toda la plaza. Los cohetes, convertidos en sierpes de fuego, atruenan los espacios incendiados. Las ruedas luminosas se desatan en locura de sonidos y colores. Giran, enloquecidas sobre sus invisibles ejes, como orbes desquiciados, la plaza exhibe sus más bellas decoraciones.Abanicos de luces se abren ruidosos e imponentes. La multitud se agita huyendo, medrosa de aquel zote de fuego.. La torre se atrueca en inmensa cascada. Espumas encendidas. El espacio es un velatorio incendiado, de los más peregrinos colores. Miriadas de rojas serpentinas culebrean en las alturas. Todo es luz, entretenimiento y sonido. Parece que todo el pueblo se ha incendiado. Los diques se han roto. Y de una locura ígnea es víctima la gente y la plaza. El espacio se puebla de surtidores de fuego. Los genios de la luz alborotan, en el aire, sus encrespadas melenas luminosas.

La noche es como una inmensa cabeza de Medusa de sonoras serpientes de luz. La efigie del Divino Nazareno se viste con todos los colores de aquella aurora boreal. Y sus ojos lumínicos y verdosos miran a toda aquella multitud que exalta al Divino Nazareno.

Poco  después suenan los últimos cohetes. Cesan los ruidos de los morteros. El humo se tiende como tupido y roto cortinaje de un borroso crepúsculo. Se apagan las fraguas de las alturas. Todo es ahora una inmensa cortina de humo y una inmensa oración. Las campanas se exaltan en la negra torre de piedra. Y el divino Nazareno, bajo la luz de todas las miradas, entra en el templo, entre la larga y blanca teoría de los cirios, morada, imponente, silencioso.Y en los negros terciopelos de la noche queda vibrando aquella encendida plegaria.

                                              La Entrada

Es la hora en que la efigie se aproxima al templo parroquial. En el ocaso litúrgico hay un acorde de luces. Las ruedas de artificios rompen sus secretos de luz, sonidos y rezos. Las vengalas son ya cascadas verdes, azules, rojas, violetas. Los cohetes ascienden veloces y se rompen arriba, entre los negros cortinajes de la noche, entre los surtidores de las estrellas y la seda densa  de la atmósfera iluminada. El firmamento cúbrese de astros irreales, de policromía inaudita, en una ilusoria astronomía crepuscular. Y el Gran Poder avanza, sereno, mudo en aquella fiesta de colores y estrellas. Y el alma siente el ansia trágica de morir por aquel Divino Nazareno maniatado, cuyo rostro se ve arriba, en el fondo de aquel crepúsculo de luces artificiales, en el fondo de la noche que se abre como una concha de luz y como un  inmenso abanico de sedas multicolores. La plaza de la iglesia y las calles inmediatas lucen todas sus decoraciones. La plaza es como un mar donde desemboca aquel río humano, goloso de presenciar aquel lumínico espectáculo. La mole de la torre parroquial se recorta en la negra pizarra de la noche. Las campanas saltan de júbilo en las alturas y bajo el índice hierático de la torre, la Divina imagen descansa con su imponente serenidad. La multitud, medrosa, espera. Comienza la aurora boreal de la entrada. Los fuegos inundan toda la plaza. Los cohetes y morteros atruenan los espacios encendidos. Desátanse las ruedas de artificios de locura de colores y sonidos y giran, enloquecidas, como orbes desquiciados en sus ejes.

Los cohetes suben, uniformes y densos, como un cortinaje de fuego, como un gran sitial de luz. La torre se trueca en gigantesca, inmensa cascada de encendidas espumas. El espacio es un velatorio encendido de los más diversos colores. Miradas de ígnea serpentina culebrean en las alturas. Diríase que el pueblo se ha incendiado, que una mano invisible y poderosa lo ha convertido en inextingible hoguera.

El cielo ha abierto surtidores de fuego y el volcán ha roto sus diques. Los genios de Vulcano alborotan en el aire de la noche sus encrespadas cabelleras luminosas, y la noche misma es como la propia cabeza de medusa hecha de rayos y deslumbramientos. Entre cortina de luz, el Gran Hotel Taoro parece hecho de alabastro y de carmín.

Y cuando aquella aurora boreal  va a extinguirse totalmente, el Cristo del Gran Poder, sereno, morado, impotente, luminoso y mudo, entra en la iglesia Parroquial del Puerto de la Cruz  

 (Artículo del investigador portuense Sebastián Padrón Acosta, primo de mi padre, Benjamín Afonso Padrón. Publicado en 1944 con motivo de las  Fiestas del Cristo del Gran Poder y la Virgen del Carmen).

                En el recuerdo de un hijo Ilustre: don Tomás de Iriarte y Nieves Ravelo

Reproducción de una carta dirigida por don Tomás de Iriarte y Nieves Ravelo al Alcalde Real, don Pedro Franchy; fue escrita un mes antes de su muerte, acaecida el 17 de septiembre de 1791(Arch. Puerto de la Cruz)

              Muy Sr. mío: considero un deber patriótico dirigirme a Vm. para que se sirva hacerlo presente a mis paisanos, el reconocimiento más profundo que he experimentado el saber por cartas de Vm. que ellos se interesan por mi salud y quiero demostrárselos acompañando 20 ejemplares de mis obras publicadas para que se moleste en distribuirlas entre la juventud estudiosa de ese mi querido pueblo natal, al que le profeso igual amor que el que rinde un buen hijo a su madre a pesar de tan larga ausencia que llevo apartado de él.

           Si consigo sanarme, les prometo visitarles. Dios mediante en no muy lejana época y entonces, cumpliré con estrechar una vez más en mis brazos a todos y postrarme ante el Sr. del Gran Poder a quien ofrecí solemne promesa y rendida gratitud desde mi infancia.

          Soy de Vm. su mejor amigo y paisano, no dudando conserve la poesía que le adjunto, que leerá cuando tenga oportunidad a esos benéficos habitantes, disimulando tanto solo no haber podido suscribirla con mi propia mano cual era mi deseo y satisfacción.

                                          Canto a mi pueblo
                     
                                        Junto al mar siempre agitado
                                        Y en el Valle de Taoro
                                        Se alza un pueblo, que de oro
                                        La vid hizole agraciado
                                        El, recuerdo, fue mi encanto
                                        Al ver mis ojos la luz...
                                        Y a él le ofrezco este canto
                                        Por ser Puerto de la Cruz
                                        Solar a quien quiero tanto.
                                
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                                    Nuestra Señora del Carmen 

Clementina Calero Ruiz

Antiguamente se veneraba en la Parroquia de Nuestra Señora de la Peña de Francia una imagen de la Virgen del Carmen, de media talla, cuyo autor era el escultor de La Orotava, discípulo de José Luján Pérez, Fernando Estévez de Sacramento (finales del siglo XVIII y primeros años del XIX). Más tarde y al colocarse la imagen actual, ésta pasó a la Ermita de San Telmo y de aquí, creemos, al convento de San Francisco de esta ciudad.
La Virgen del Carmen que hoy tenemos, en nuestra iglesia es obra del imaginero portuense Ángel Acosta Martín. Se trata de una talla completa, realizada en Tortosa y entronizada el día 19 de marzo de 1954. Se decía que el escultor había tomado como modelo a una joven del Puerto de la Cruz.
Se encuentra colocada en un retablo que había sido donado a la iglesia del convento de Nuestra Señora de las Nieves, pero al quemarse dicho edificio, el retablo pasó al lugar donde hoy se encuentra. Se piensa que el autor fue el francés Guillermo Vernaud y realizado  hacia la primera mitad del XVIII, y conocido con el nombre de Retablo Valois, por ser de donación de don Bernardo de Valois, natural de Waterford (Irlanda), de aquí que aparezca en el remate un lienzo que representa a San Félix Valois visitado por la Virgen acompañada de una corte de ángeles, sobre el lienzo aparece grabado el blasón de Irlanda con el lema de "Hiberna semper", ( hiberna fue el nombre de Plinio "El Viejo" le dio a Irlanda). Esta obra está realizada en madera de Flandes, sin policromar presentando una gran decoración a base de motivos vegetales, carteles, etc. Consta de un solo cuerpo y remate, y dividido en tres nichos y hornacinas separados por estípites. En el central tenemos la imagen que hemos venido tratando; a la izquierda un pequeño San Sebastián de escuela canaria y tal vez de fines del siglo XVII y a la derecha Santa Catalina, de factura moderna.
                                  
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                                           La Virgen del Carmen
                            
                                                                    César González Ruano                                  

                                  "Yo guardaré siempre en el álbum
                                  de mi memoria las estampas excepcionales
                                  que me ha brindado en mi visita al Puerto
                                  de la Cruz y quisiera volver a visitarlo
                                  durante sus fiestas de julio en que se
                                  celebran las veneradas imágenes del
                                  Gran Poder de Dios y de la Santísima
                                  Virgen del Carmen, para poder asistir,
                                  sobre todo, a la procesión marítima y
                                  carmelitana, para presenciar el paso de
                                  sus imágenes por el típico barrio de
                                  San Felipe".   

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                        Las imágenes de San Telmo y Buen Viaje: Su fiesta

Antonio Ruiz Álvarez
*investigador

Fue en la noche del diciembre de 1778 cuando se ocasionó el trágico incendio que devoró una buena parte del Convento Dominico, destruyendo para siempre la Ermita que el año de 1626 los marinos de este puerto habían construido, dedicándola a su Patrón, San Pedro González Telmo.

La imagen del Santo se hallaba colocada en una de las hornacinas del Altar Mayor en el retablo de la Virgen del Rosario. Por un inventario que del tal convento conservamos, sabemos que San Telmo ocupaba "el nicho de la mano derecha pintado en colores, con un velo carmesí" y que sólo tenía como suyo propio el hábito, que le había dado de limosna el fraile Bartolomé de la Madre de Dios, la capa y una vela de madera pintada.

Esta primitiva imagen del Santo fue pasto de las llamas, salvándose del Buen Viaje que pasó a la iglesia parroquial ocupando la hornacina central del "Retablo de Mareantes" (hoy del Corazón de Jesús), construido en el año de 1713 bajo la mayodormía de don Juan Francisco Ferrera.
La imagen de Nuestra Señora del Buen Paso, que costó quinientos siete reales y es la que hoy se venera, no es la primitiva sino la que donó en el año de 1773 junto con la de San Telmo, el entonces mayordomo don Jerónimo Luis Román.

El acta que hace referencia a la celebración y costo de su feria la levantó en la parroquia ermita el escribano don Gabriel del Álamo y Viera el día 13 de septiembre de 1773 en presencia del párroco don José Manuel Cabeza, del Capitán de Mar don Cristóbal de la Oliva y del también Capitán de Mar don Manuel Rijo, el Alférez don Pedro Ugarte y los veinte "mareantes" que componían su gremio. En ella se hace constar que "por cuanto tienen como tales Mareantes y que tuvieron sus ascendientes pacto y convenio para hacer la festividad de dicho señor San Pedro Telmo en esta su ermita todos los años, y para este culto y manutención de dicha ermita contribuían con el uno y medio por ciento de todo lo que por razón de barcos y compañías ganan, y que como muchos no podían sufrir su costo, habiendo hecho juicio de ver como hacen esta celebración a poca costa y que tengan su permanencia en lo futuro que la celebración de dicha festividad de San Pedro Telmo se haga y costee con los demás gastos de ermita y culto de lo que se recaude del dicho uno y medio por ciento desde dicho día en adelante, así como lo que costare la fiesta de Ntra. Sra. del Buen Viaje, que nuevamente se halla colocada a costa de don Jerónimo Luis Román, vecino de este lugar, en el nicho y altar en que estaba la imagen antigua y que la dicha festividad no puede exceder de trescientos setenta y dos reales y dos cuartos, que es lo que costó este mismo año".

Y en esta conformidad se obligan a todo lo que dejan propuesto con sus personas y bienes, y a sus sucesores, presentes y futuros".

"Así lo dijeron, acordaron y firmaron los que supieron y lo que no, los testigos que se hallaron presentes".
                               

viernes, 20 de abril de 2012

El Bar Fariña y las desventuras de algunos personajes de La Orotava


Por Benjamin AFONSO

De José H. Chela, al que me unía gran amistad hasta el día de su fallecimiento, guardo buenos recuerdos.Y es que los dos pasamos parte de nuestra juventud en La Orotava. Era otro tiempo y, por supuesto, una sociedad bien distinta a la actual. Los dos llegamos a trabajar en el desaparecido periódico La Gaceta de Canarias. Me pidió entonces que escribiera sobre algunos personajes populares de La Orotava. Y es que Chela, que un buen día decidió dejar la Villa para residir en Santa Cruz nunca dejó de visitarla, cosa que hacía con alguna frecuencia. Nos encantaba acudir a los pocos "güachinches" y bares  que aún mantenían sus puertas abiertas, los mismos donde habíamos vivido episodios y anécdotas juveniles. Después de tantos años ahora  recuerdo su petición, y aunque ya no está entre nosotros intentaré cumplir su encomienda..

Pero, ¿por dónde empezar el recuento...?A mí me parece que por el principio, y éste, está vinculado, ¡faltaría más!, al Bar Fariña.
Por supuesto que entre mis papeles tienen que haber apuntes. Pero, ¿en qué misterioso lugar se hallan las dichosas anotaciones...? Lo mejor es olvidarse de ellas porque nunca he podido trabajar con un fichero delante y, además, no valdría la pena pues no me propongo otra cosa que, como ya he dicho, evocar a unos personajes a quienes, de una u otra manera, Chela y yo conocimos y tratamos allá por los años 60. Empecemos, pues, el recorrido por entrar en el Bar Fariña en busca de Alfonso "Pîlili" que, afortunadamente, según me dicen, aún vive. Nuestro personaje se había hecho construir un carro de madera que utilizaba para transportar determinadas mercancías para los clientes por encargo de los comerciantes de la época.
 Por lo tanto, bien mirado, "el Pilili", sin saberlo, creó la primera empresa de mensajería de La Orotava. Muchos eran los trabajos encomendados. Un día, alguien le comunicó que doña Carolina Rivero, propietaria de una tienda de telas en la calle La Carrera, requería sus servicios. Como era su costumbre, nuestro hombre acudió rápido y veloz a la llamada. Al llegar, se encontró con la buena señora desconsolada y compungida porque se le había muerto su precioso gato. El servicio era bien sencillo: trasladar el gato muerto en el carro y darle sepultura en una de las fincas que había en las afueras del pueblo. "El Pilili" preparo el cuerpo del pobre animal, lo metió dentro de una caja de cartón y, después de cumplir tan sagrado encargo, regresó raudo a cobrar sus servicios.
Al llegar, doña Carolina, sin mediar palabra, le entregó como pago una moneda de cinco pesetas. "El Pilili", sorprendido por la escasa cuantía exclamó: ¡Sólo cinco pesetas...!Doña Carolina le miró de arriba abajo y le dijo: "Alfonso, considero que estas bien pagado..." Fue entonces cuando "ElPilili", que tiene una agudeza extraordinaria, le espetó: "Oiga, señora, tenga en cuenta que lo del gato fue un entierro de primera".

"El Cubanito"
Por estos mismos contornos andaba Vicentillo "el cubanito". Hombre rebelde donde los haya, inquieto, disconforme, desconfiado de los buenos consejos que le daban sus amigos y, por supuesto, "morrudo" como ninguno. Nuestro hombre, no entendía muy bien porque las palomas que se posaban plácidamente en los cables de la luz eléctrica que pasaban por la azotea de su casa no les daba corriente. No le convencían los argumentos de su amigos que, si bien tampoco le explicaban este hecho, si le recomendaban que no se le ocurriera tocar los dichosos cables porque sería fatal.
"El cubanito", que no estaba hecho para aceptar los consejos de nadie, un día, que tenía unas "perras de vino" encima, quiso experimentar en carne propia esa teoría y así desentrañar el misterio que tanto le atormentaba... Ni corto ni perezoso, trepó sobre el muro de la azotea, miro fijo a las palomas y, sin pensárselo, su enorme mano sujeto los cables. La reacción no se hizo esperar, nuestro personaje recibió una descarga eléctrica de tal calibre que voló por los aires y, su cuerpo maltrecho cual don Quijote cuando arremetió contra los molinos de viento, fue a dar a una finca contigua a su casa, donde, afortunadamente, habían depositado una gran cantidad de pinocha. Gracias a un vecino que observó atónito el vuelo aéreo de "el cubanito", escapó sin males mayores. Lo que no pudo evitar es que las dos manos sufrieran grandes quemaduras de las que tardó varios meses en curarse.    

El Bar Fariña
Volviendo al Bar Farina, decir que fue el centro y escenario de innumerables anécdotas anteriores a los años 60 y por donde pasaron muchos personajes de la época. Téngase en cuenta que abrió sus puertas en 1922, regentado entonces por Miguel Fariña como Café Económico. Luego,  lo continuó Ramón Fariña Ledesma y años más tarde, en 1937, José Fariña Hernández, padre de Manolo Fariña, actual propietario y amigo de sus amigos.
Eran tiempos de guerra y luego de postguerra, cuando un litro de vino costaba 3,50 pesetas y una buena copa 1,25, sin olvidar que un buen rico cherne traído de Puerto de la Cruz se podía saborear por el precio módico de 1,50 pesetas.
En aquel tiempo, al Bar acudían los oficiales del ejército porque, a unos cuantos de metros, se encontraba el cuartel de San Agustín. Eran, digo, otros tiempos. Allí se bebía, se fumaba y se jugaba a las cartas hasta altas horas de la noche, casi hasta el amanecer. Y algunos, tal era el vicio, llegaron a perder fincas, casas y coches apostando en el juego...
Y el Bar sigue guardando historias más recientes, como las de "Pepe el Cañón", sochantre que fue durante muchos años del templo de Nuestra Señora de la Concepción; y las de Agustín "el gigante". Bien mirado, los dos eran amantes de la música. El primer del piano y el segundo del timple. Ambos eran simpáticos, amables, cordiales, dispuestos al diálogo y admiradores de Baco.
Un día, el párroco de la Concepción, Leandro Medina, sabedor de tal debilidad avisó al bueno de Pepe con bastante antelación para que acudiera a las honras fúnebres de un señor de la alta sociedad de La Orotava.
El sacerdote creyó oportuno darle a los funerales la mayor solemnidad posible. Pero pasaba el tiempo y el féretro no llegaba a la hora convenida. "El Cañón", que se encontraba solo, aburrido y cansado de tanta espera ante el órgano, observando que el templo estaba solitario, decidió interpretar un "pasodoble". Fue tal su entretenimiento que no advirtió que la comitiva fúnebre empezaba a entrar en la iglesia. El follón fue mayúsculo y la reprimenda del párroco no se hizo esperar.
Nuestro hombre tiene muchas anécdota. Dicen que formó parte de la Orquesta Orotava y que, en cierta ocasión, contrataron sus servicios para amenizar las verbenas de las fiestas de San Sebastián de La Gomera. Sus compañeros dicen que le vieron bajar del barco. Luego, no se supo más de él. Apareció en La Orotava a las dos semanas. El resultado fue la expulsión definitiva de aquel grupo musical, con reprimenda incluida.
Y en el Bar Fariña se hablaba de lo divino y de lo humano. En él se creó el grupo Teatro La Palestra, que dirigió José H. Chela. En ese "parto" estábamos presentes: Anibal Martín, Paco Polo y un servidor, además del propio Chela. Aprovecho la ocasión para aclarar a algunos que han escrito sobre La Palestra, que Miguel Ángel Martín nunca perteneció al grupo y Paco Polo, en ningún momento fue  director.
En la década de los 70 Chela presenta en el Teatro Atlante de La Orotava una de sus obra:  El extraño mundo del ciudadano Strumb, con gran éxito de crítica y público.

Agustín "el gigante" 
Con la muerte de Agustín el "gigante", La Orotava perdió uno de sus mejores intérpretes del timple. Era todo un maestro. Asiduo de Casa Mereja, casa de comidas donde, muchas noches entre folías, isas y malagueñas, se saboreaban las exquisitas arbejas, especialidad de la casa.
Tal era el amor que el "gigante" le tenía al pequeño instrumento que había dicho a su familia que cuando muriera lo enterraran con él, cosa que así se hizo.
Años más tarde, Juanito Otazo, que había sido vocalista de la orquesta Orotava, volvió de Venezuela. A su regreso siguió cantando en el Puerto de la Cruz, concretamente en el Bar Oasis, ya desaparecido. Alvaro Foronda y él formaban un buen dúo. Otazo tenía colgado un cuadro en una de las paredes de la entrada de la Casa de la Cultura de La Orotava. Era una pintura abstracta que quedó dañada en uno de los incendios que se produjo en el edificio. Suceso que alguien aprovechó para librarse de cosa tan horrible, pues aquella obra colocada en la entrada principal del edificio producía a los visitantes un rechazo visual poco frecuente. 
Todos estos personajes, en suma, pertenecieron, por muchas razones, a una etapa que dio flor de muchas anécdotas. Y no se sabe si cuando se escriba la historia de estos hombres un poco atrabiliarios, un poco serviciales y un mucho aficionados al "morapio", que disfrutaban  de extensa popularidad, será preciso echar mano a la cronología. Tal vez, la mejor historia es la que no tiene fecha. Como la de "Jalisco", un honrado trabajador del campo y mandadero de pequeños encargos.... Del traslado de un somier, por ejemplo. Y farfullando bajo el peso del somier y del implacable sol del verano comentaba: "Lo que son las cosas, uno sudando para que otros duerman a gusto..." Y la gente se reía, y Jalisco, con ello, sentíase feliz porque nada hay tanto que estimule al hombre como la risa.

sábado, 14 de abril de 2012

El arte de la madera


Benjamín AFONSO

Es triste que un pueblo pierda sus tradiciones cuando éstas son tan bellas y útiles. Pero es mucho más triste cuando se apague, poco a poco, una tradición cuando aún están vivos algunos de sus protagonistas.Y esto es lo que ocurre cuando en el caso de los viejos y casi fabulosos muebles de la artesanía de La Orotava, que un día despertaron la admiración de las gentes en la I Exposición del Mueble de Artesanía, celebrada en la antigua sede del Liceo de Taoro, el 5 de abril de 1969.

Y es que puede pasar muchos años sin que nos acordemos de los magníficos muebles de artesanía que un día fueron el símbolo más representativo de La Orotava. Más, para los que conocimos, aún recordamos aquellas magníficas piezas elaboradas por maestros artesanos que, golpe a golpe de formón, iban tallado la madera hasta conseguir una serie de piezas de ebanistería de gran calidad  y perfecto acabado. Era una industria única, de la que vivía un gran número de familias.Y es que el trabajo de la madera en La Orotava, surgió con sus orígenes, por lo que se trata de una tradición más que centenaria.
Ahora, con la llegada de las nuevas tecnologías y los nuevos métodos de contratación laboral, la tradición va a menos, sostenida apenas por una docena de empresarios, empeñados en mantener esta especialidad para demostrar que esta labor no está muerta del todo. Lo que si ha terminado, con carácter definitivo, es el ambiente que rodeaba entonces a estas pequeñas industrias, cosa que no puede recuperarse de modo alguno, porque la vida no da marcha atrás.
Antes, en las calles de la villa, surgían por la necesidad de atender la demanda de clientes que exigían calidad artística. Parte de esta labor quedó reflejada en las puertas y ventanas de las antiguas casonas, palacetes y edificios públicos que conforman el recinto histórico artístico. Eran pequeñas empresas familiares que se instalaban en los "salones" de las propias viviendas, situadas en calles estrechas y empedradas, de los que salían los propios olores de las maderas, resinas y colas. Sirvieron como escuela de aprendizaje a muchos chicos de entonces, que se convirtieron en grandes maestros artesanales de la madera y que éstos a su vez han transmitido a generaciones más cercanas.


Aquellos aprendices captaron de sus maestros que, para ejecutar estas obras, era necesario mucha paciencia, dedicación, amor y gran habilidad para tornear tal figura en esa materia viva que es la madera. El pino, el barbusano, el roble, maderas tropicales traídas de la Guinea como el ébano, la teka, la caoba... Materia prima que sirvió  para crear verdaderas obras de arte, que, actualmente, forman parte del mobiliario del Ayuntamiento de La Orotava, del Liceo de Taoro y de las familias más pudientes, así como de un sinnúmero de visitantes extranjeros que las adquirían, no sin gran regocijo. Obras de estilo inglés, francés (modelos Luis XV y Luis XVI), así como también de estilo castellano. Su valor crematístico era elevado ya que una silla podía costar cerca de las 18.000 pesetas de entonces, y un dormitorio 500.000 pesetas. Hoy, cuarenta años después, éste último puede superar los 20.000 euros.

¿Quién no se acuerda de aquellos maestros carpinteros y ebanistas como Isaac Valencia (padre) enseñando a aquellos muchachos este oficio tan noble y artístico en su taller de la calle La Carrera? Estos artesanos no sólo tenían que tallar y esculpir la madera, sino que la tenían que dominar. Conocer de esta materia prima que, contenía tanta infinidad de variedades, expuestas siempre al cambio climático, cada pieza era única, cada creación podía ser similar pero nunca idéntica a la siguiente.

Estos trabajos hubiera sido imposible conseguirlos sin una serie de instrumentos que, todavía no había sufrido muchos cambios desde la Edad Media, eran imprescindibles. Hablamos de las diferentes clases de sierras para los diferentes tipos de corte, serretas y serruchos; cepillos que se utilizaban para suavizar y dar forma; formones y gubias que servían para vaciar y tallar; el berbequí, la barrena y el taladro manual, con sus brocas de varios tipos taladraban y perforaban; lijas, limas e instrumentos para medir y comprobar tamaños y alineaciones de los elementos. Todos ellos tenían que  ser empleados con suma maestría para llegar a culminar esas obras artesanales. Eran verdaderos virtuosos de su manejo, y este dominio lo transmitieron a sus discípulos que, a su vez, muchos de ellos supieron aplicarse, por lo que hoy en día pueden sentirse orgullosos de continuar con esta maravillosa tradición.

Aunque actualmente estas herramientas de trabajo han experimentado grandes avances, muy beneficiosos para poder cubrir todas las demandas del mercado; afortunadamente, hubo un número de maestros que preferieron continuar con la labor artesanal y evitar que se perdiera definitivamente la identidad de esta profesión.
  
Y se le reconoció su arte

Comentábamos que la primera exposición de muebles de artesanía se celebró en el Liceo Taoro el 5 de abril de 1969.  En ella, presentaron los trabajos los empresarios: Isaac Valencia Pérez, Isabelino Martín Díaz, Antonio Delgado Delgado, Francisco Escobar Rodríguez, Juan Estévez Rodríguez, Ismael Guzmán Afonso, José A.Hernández González, Cándido León Cabrera, Fernando Linares Méndez, Domingo Hernández Rodríguez, Adolfo Padrón Hernández, José Ramos Rodríguez, Arnoldo Rodríguez Pérez, Leonardo Ruiz Escobar, Juan Padrón Escobar y Agrícola Rodríguez.
Además, presentaron detalles arquitectónicos: Manuel García Villar, Ángel García Martín, Juan y Pablo Hernández Báez, Luis García Delgado, Ángel García Trujillo, Matías Hernández Pérez, Manuel Martín Méndez e Isaac Quijada Lima.

Las crónicas de entonces, publicadas en los distintos medios de comunicación de la provincia  recogen que "la muestra resultó muy concurrida y se puso de manifiesto las excelencias de los artesanos de la villa como artífices del bien ganado prestigio en cuanto a las obras expuestas".
El evento estuvo presidido por el entonces Gobernador Civil Mariano Nicolás García, y en representación del Obispo de la Diócesis, el Arcipreste del distrito Leandro Medina Pérez. Asimismo, asistieron el Rector de la Universidad de La Laguna Jesús Hernández Perera; el Consejero Nacional del Movimiento, Procurador en Cortes y presidente del Colegio Nacional de Economistas, Rafael Díaz Llanos Lecuona; el presidente de la Audiencia, Ildefonso La Roche; Tomás Cruz García, en representación del Cabildo insular de Tenerife; el Subjefe Provincial del Movimiento, José Estévez Méndez e Isidoro Luz Cárpenter, que entonces era presidente de la Mancomunidad del Valle de la Orotava; y los alcaldes de Puerto de la Cruz, Los Realejos y La Orotava, Felipe Machado del Hoyo, Evelio Jiménez Fregel y Juan Cúllen y Lugo, respectivamente.
 Como presidente del Liceo de Taoro figuraba Vicente Miranda, así como el general Lorenzo Machado y Méndez Fernández de Lugo, distinguido Hijo de La Orotava; la princesa Carolina Matilde de Dinamarca; el Dr. Jurista Hans Breitenstroter, consejero del Ministerio de Comunicaciones del Gobierno Federal  Alemán; el vicepresidente del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias, Juan Méndez Reverón y otras personalidades.

Preservar la tradición  

El periodista Gilberto Alemán decía "que esta exposición tiene un interés muy grande porque podría ser un primer paso muy importante para el futuro desarrollo de la artesanía orotavense. En todas las obras expuesta aparece un alto interés artístico, no sólo para la propia isla, sino que se proyecta fuera de ella, ya que numerosos extranjeros adquieren estas piezas de ebanistería para enviarlas a su país".
Además Alemán pedía a los artesanos que se organizaran para optar a las interesantes ayudas oficiales", cosa que hoy resulta imposible.


jueves, 12 de abril de 2012

De los coches de caballo, del tranvía y de otras cosas de La Orotava

              
                                   


Por Benjamín AFONSO 

Ahora, cuando el funcionamiento del tranvía del área metropolitana es una realidad y se anuncia los proyectos de los trenes para el Norte y Sur de la Isla, no sería descabellado evocar algunos retazos de las comunicaciones entre Santa Cruz y La Orotava.Ya en 1885, de la Plaza del Hospital Militar de la capital tinerfeña, salía un coche tirado por seis caballos que llegaban hasta el municipio de Icod, con relevos en La Laguna, La Matanza, en donde María "la manca" servía cuatro abundantes platos con vino a discreción por sólo dos pesetas, y en La Orotava Juanito "el gorgojo". El viaje comenzaba a las tres de la tarde y terminaba a las 12 de la noche.

De los coches de caballo, del tranvía y de otras cosas de La Orotava 
El servicio era propiedad de la familia Buenafuente, y algunos de aquellos carromatos, como no podía ser menos, tenían nombre propio: "La Fama", "La Matanza", y "El Fomento", entre otros. La prensa de entonces se hacía eco de este nuevo servicio, destacando que más de 16.000 viajeros realizaban este recorrido.
En La Orotava, el coche de caballo no solo fue decisivo en las comunicaciones sino que jugó un importante papel en el transporte de las mercancías. Muchas de las familias más pudientes eran propietarios de landos, que lo utilizaban para trasladarse de un lugar a otro del pueblo... Y llegó 1898, y con él se redactó un proyecto de tranvía eléctrico de Santa Cruz a Icod de los Vinos con sus correspondientes ramales en La Orotava y el Puerto de la Cruz. La idea iba a suponer una verdadera revolución en las comunicaciones insulares.
Según cuenta Martínez Viera, el proyecto fue informado favorablemente por el Gobierno Civil y por el Ayuntamiento capitalino, y hasta el general Weyler, en el transcurso de un acto celebrado en el Teatro Guimerá, brindó porque fuese una realidad la idea de don Miguel H. de Cámara, autor de esta iniciativa. En una primera actuación, se pretendía construir una central eléctrica y un garaje en la Cuesta. Los trabajos se prolongaron algo más de un año y fueron ejecutados por Tranvías Eléctricos de Tenerife S.A. 
El primer tramo, entre el muelle de Santa Cruz y la Iglesia de la Concepción de La Laguna, se inauguró el 7 de abril de 1901. Tres años más tarde, en 1904, la misma empresa acometió  la segunda fase de La Laguna a Tacoronte, servicio que entró en funcionamiento el 27 de julio del mismo año. Pasa el tiempo y el proyecto original de Cámara, nunca se hizo realidad en el tramo Tacoronte e Icod, porque en 1902 llega la primera línea de "guaguas" entre La Laguna y La Orotava.

Una nueva historia  
Y con los coches de motor empieza una nueva historia. En las calles, plazas, rincones y alamedas de La Orotava aún se palpa, mejor que en ningún otro lugar, la historia rica en episodios y anécdotas.
Ahora damos un pequeño salto en el tiempo, lo justo para llegar al año 1917, situarnos en otro siglo y detenernos en el hotel El Suizo, establecimiento situado en la calle García Beltrán, donde se hospedaron representantes del comercio, profesionales, turistas, artistas y militares del acuartelamiento de San Agustín. Años más tarde, en 1943, fue propiedad de Nazario García Pérez... Y pasó el tiempo y el edificio se vendió en dos partes. La primera, a la familia Fuentes, y la segunda la adquirió un tal Deogracias hasta que, por fín, lo compró Francisco Polo Verdugo, un malegueño que llegó a La Orotava con el Batallón de los Borbones y continuó con él hasta los 80.

El inmueble tiene dos plantas de altura y en sus orígenes, en 1917, tenía su entrada por la calle Calvario con 10 habitaciones, café, baño, servicio, comedor, cocina, despensa, y oficinas. La segunda planta, con dos entradas por la calle García Beltrán, una de ellas para el servicio, donde había siete habitaciones, carbonera, cuadra y patio.
Cuentan que el establecimiento era punto de encuentro y tertulias, reuniones de intelectuales e industriales de entonces y que, en alguna que otra ocasión se llegó a celebrar algún que otro "sarao" con gran animación.
En las noches frías de invierno, al hall acudía Camilo Padrón Bethencourt, que era propietario de la fabrica gaseosa y hielo El Drago. Los que hemos pasado el meridiano de la vida recordamos aquel destartalado camión, subiendo por las calles de la villa, lleno de cajas de gaseosa y sifones para los clientes...Aquella imagen está aún en el recuerdo de muchas gentes.
Con Camilo estaban los comerciantes Casiano García Feo y Antonio Hernández Díaz, así como los taxistas Miguel Toste Carrillo, Justo Hernández, Agrícola Hernández y Cristóbal González, junto con otros habituales. Allí se comentaban las últimas noticias de la villa, especialmente las publicadas en los periódicos El Norte y El Valle, editados en la imprenta de Herreros y en donde publicaban sus trabajos Vicente Miranda, Juan Correa, José Lugo Massieu, José Morales Clavijo y Benjamín Afonso Padrón, mi padre. La imprenta se encontraban en una de las calle que circundan la iglesia de La Concepción.
La verdad es que El Suizo fue a menos, estuvo dedicado a cafetería hasta que cerró definitivamente.
No obstante, El Suizo, fue entonces uno de los más importantes de La Orotava, junto con el hotel Victoria. Su importancia se demuestra por el alto número de personal de servicio, donde figuraba doña Imelda Hernández de los Remedios, que era la encargada de la indumentaria y del personal de servicio del comedor y, además, disponía de ayudante. Su sueldo, en los últimos años, sin seguro, era de 60 pesetas al mes. Además, Elisa Delgado, cocinera fija, don Manuel Barreto, frega- pisos, empleado fijo (hoy, en el argot se denominaría ballet); Gaudelia, mujer de la limpieza. El hotel disponía además de una lavandera y una panadera, que eran fijas. Esta última ganaba tres pesetas diarias. Asimismo, disponía de costureras y planchadoras.

La Sacristía
Una de las dependencias de El Suizo se denominada la "sacristía". Se trataba de un café que tenía acceso por la calle El Calvario. Allí, también, se celebraban tertulias con la asistencia de los citados, además de Casiano Díaz Vivas, Bernardo Hernández León, Antonio Monteverde, Juan González Martín, Antonio Sosa Hernández, Nazario García Pérez, Ángel Díaz García, Emilio Luque, José García, Lugo Massieu, Juan Padrón, José´García Mederos, Antonio Hernández Díaz, Miguel Yanes, Miguel García, Manuel Cruz y Manuel Yanes... Las tertulias, que eran muy frecuentes, se trasladaban también a la finca La Baranda, en el municipio de El Sauzal, pero no por disfrutar de la magnífica climatología del lugar, nada de eso. Era por degustar los vinos cuando alcanzaban su punto. La finca era propiedad de Tomás Reyes.
La verdad, es que El Suizo nunca perdió el interés para los que, de una manera u otra, estaban relacionados con el mundo del arte. Ignoro ahora los asiduos, pero hace unos 40 años, una gran parte de la juventud intelectual de entonces, dieron continuidad a las tertulias del pasado siglo.
Alguna que otra noche, el grupo de teatro La Palestra que dirigió José H. Chela ensayaba obras de teatro como Esperando a Godot, representación que se hizo en la Universidad de La Laguna en 1970, concediéndoleme el jurado el primer premio de interpretación como mejor actor. Además se preparaban recitales poéticos de Miguel Hernández y García Lorca... Los actores: Paco Polo, Anibal Martín, Eulogio Anceaúme, Tomás Amador, Antonio Polo y José Ángel Dorta nos dábamos cita cada noche en El Suizo... !Que tiempos aquellos...¡ Y por allí pasaba el sacerdote salesiano Víctor Rodríguez Jiménez, que andaba aquellos años por los altos de La Orotava ayudando aquellas pobres gentes que vivían entonces en la mayor de las miserias, cosa que le costó más de un disgusto con las autoridades de la época, pues lo tenían catalogado como un sacerdote "sospechoso del régimen". Y uno recuerda como en esa labor social y cristiana perdió la vida la joven universitaria María Nélida Sarmiento Suárez, en un accidente de circulación.
El Teatro Atlante
En 1832 se inauguraba en La Orotava el Teatro Atlante, que además tenía anexa una cancha deportiva. Para celebrar tan importante acontecimiento, Antonio García, propietario de ambas instalaciones, ofreció un espectáculo por todo lo alto, con velada de lucha canaria entre Pancho Camurria y el Pollo de La Orotava.
Las viejas crónicas dicen de Camurria que, cuando se media en los "terreros" con los más diestros campeones, nunca le abandonó la sonrisa. Hombre corajudo y sereno, como la nube que oculta el rayo, así fue en los "terreros" históricos de la lucha canaria.
Asimismo hubo combate de boxeo. La prensa de aquellos años se hizo eco de lo exitoso que resultó el programa, ya que fueron muchas las personas no pudieran presenciarlo por la cantidad de público que llenaba el aforo.
Con el paso de los años el edificio jugó un papel importante en la vida social, cultural y deportiva de la villa. Allí se proyectaron las grandes películas de la época. Los domingos, una hora antes, la chiquillería formábamos una larga cola esperando a que el bonachón de Morales hiciera su aparición para abrir la taquilla y vendernos la correspondiente entrada.
No menos importantes fueron las representaciones teatrales que allí se celebraron. La compañía de María Teresa Pozón, allá por los años 60, venía a la villa con mucha frecuencia, a poner en escenas algunas obras. Sería imposible enumerarlas, pero recuerdo: "La rica loca", de Adolfo Torrado; "Su desconsolada esposa", o "Una Noche Buena en el cementerio"... Autores como Miguel Mihura, Alfonso Paso, Jacinto Benavente, los hermanos Álvarez Quintero entre otros, deleitaron al publico de la villa.
Y con la compañía de teatro llegaban actores como Antonio Cintado. Su experiencia y veteranía era tal que era capaz de entrar a escena después de haberse "soplado" varios litros de vino y nunca se equivocaba, o por lo menos era magnífico improvisando el guión. !Qué hombre aquel...¡ Tenía una memoria prodigiosa y unos reflejos envidiables a la hora de interpretar el personaje de turno.
Cintado se supo ganar el aprecio de las gentes de esta parte de la isla, especialmente de los habitantes de La Orotava. Tanto, que un día, unos amigos le ofrecieron un homenaje, y le encargaron que él mismo hiciera la compra del menú elegido para tan importante ocasión... Dicen que la factura fue de "meneo", porque el homenajeado escogió para la ocasión los productos más caros y sabrosos, cosa que tuvieron que pagar sus amigos, no sin cierto disgusto... Y esto nos contaba él mismo con gran humor, allí, en El Suizo, mientras comentábamos algunas cosas del maravilloso mundo del teatro.
¿Pero qué queda de todo esto...? Muy poca cosa, muchos de los amigos se han ido, no está Chela, Paco Polo, Miguel Ángel Martín y otros...Ni siquiera el teatro Atlante. El Suizo cerró sus puertas hace años, y todo lo ha trastocado el tiempo con sus mudanzas y veleidades.
   
  

sábado, 7 de abril de 2012

El marqués de la Quinta Roja y los orígenes del jardín Victoria de La Orotava

                                

          El marqués de la Quinta Roja y los orígenes del jardín Victoria de La Orotava                                

Benjamin AFONSO


La casa que en 1842 fue residencia de don Diego Ponte del Castillo, octavo marqués de la Quinta Roja, conocida ahora como Jardín Victoria, volvió al conocimiento popular como consecuencia de las últimas reformas que el Ayuntamiento de La Orotava realizó hace años en este espacio, contestada por un importante sector de la población. Recordar que en este aspecto se destacaron especialmente un grupo de estudiosos que, calificaron el lugar como uno de los centros masónicos más importantes de España, sostenían que la intervención municipal "no respetó el diseño original de los jardines ni los elementos masónicos que guardaban".

El marqués de la Quinta Roja, entre la historia y la leyenda         
Parece como si el tiempo transcurrido quisiera hacer justicia con este personaje al que, por ser un destacado miembro de la masonería, sus contemporáneos y las sucesivas generaciones que le precedieron se encargaran muy bien de silenciar cualquier aspecto de su vida, como si de un apestado se tratase. En esa tarea intervino la escritora cubana Dulce María Loynaz al publicar una biografía del marqués en la que lo describió  como un hombre "chabacano" y "pueblerino", opinión de la que no se salvó ningún miembro de la familia, ni siquiera su madre, doña Sebastiana del Castillo, a la que Loynaz se refiere como la "madame".
La escritora cubana- insisto- se encargó muy bien de crear en torno a la familia Ponte del Castillo y su residencia de La Orotava un ambiente misterioso y poco recomendable para "las buenas gentes del pueblo".
Esa visión se mantuvo hasta finales de los años 50. A los chicos de entonces la residencia del marques, situada en pleno centro de la Villa imponía un profundo respeto, debido especialmente al mausoleo que destaca en los más de 1.000 metros cuadrados de jardines y paseos de sinuosidades caprichosas que siempre terminaban frente al panteón. Aquella chiquillería de entonces, al llegar hasta las casa de madera- desaparecida con la citada reforma- al mirar por una de sus ventanas destacaba la estructura del panteón, justo donde se creía reposaban los restos del misterioso y maléfico don Diego.

Luego, la artística puerta de hierro que presidía la entrada, llena de signos y figuras extrañas, abierta muy raras veces, era un buen freno para los atrevidos que querían llegar hasta una de las huertas  donde se cultivaban unas sabrosas mandarinas. Un buen día, el encargado, descubrió con sorpresa que sus naranjos aligeraban su peso de forma extraña y, nada más oscurecer, colocaba dos velones encendidos frente al mausoleo. El espectáculo y la leyenda del marqués impresionaban al más valiente, mucho más si era de noche, pero al final el sabroso y rico jugo de aquellas mandarinas ayudaba a superar el miedo...

El tiempo hizo que los bellos jardines y todos los elementos que conformaban ese espacio sufrieran un importante deterioro. La flora y la vegetación fue sustituida por la maleza que poco a poco, se convirtió en la protagonista del lugar. Hasta el mausoleo que doña Sebastiana encargó al arquitecto francés Adolph Coquet, para dar sepultura a su hijo Diego, estuvo a punto de correr la misma suerte.
Fue entonces cuando el Ayuntamiento de La Orotava, que presidía y preside aún el alcalde Isaac Valencia, tuvo la feliz iniciativa de comprar esa propiedad para incorporarla al patrimonio municipal convirtiéndola, sin lugar a dudas, en uno de los espacios verdes más importante de Tenerife.

Y sigue la historia
Son numerosos los estudios que se han publicado de don Diego de Ponte, VIII marqués de la Quinta Roja, que desvelan los aspectos más interesantes de este personaje, condenado al ostracismo por los poderes eclesiásticos y por la sociedad de la época que le tocó vivir.
El investigador Sebastián Hernández Gutiérrez, en su libro de la Quinta Roja al Hotel Taoro, nos dice que don Diego de Ponte nació en La Orotava el 10 de marzo de 1840 y que fue bautizado en la iglesia Nuestra Señora de la Concepción. Ponte residió toda su vida en la casa paterna de la calle San Agustín, señala el autor. Asimismo, comenta que se desconoce el nivel cultural del marqués, pero supone que sería el lógico de su posición social, "cultivándose en una amplia gama de temas que, con el paso del tiempo, le permitieron llegar a ser diputado provincial". Por lo tanto, Hernández Gutierrez  discrepa de las apreciaciones realizadas por Loynaz, "a las que no da ninguna credibilidad".

Y no es para menos porque la cubana, sin quitarle mérito alguno como novelista, uno de sus deportes favorito era ganarse la voluntad y simpatía de los políticos de la época que le organizaban banquetes y recepciones, lo que le permitió comer y beber a costa del erario público durante su estancia en la isla...En definitiva, Loynaz estaba al servicio del poder eclesiástico y político de la época, y de alguna forma tenía que agradecer tanto las diarias atenciones recibidas.     


Continuando con el marques de la Quinta Roja decir que contrajo matrimonio cuando tenía 27 años con su prima hermana, María de las Nieves Elena Blasina Manrique de Lara y del Castillo. La ceremonia se celebró en la parroquia de San Francisco de Las Palmas de Gran Canaria el 17 de abril de 1867. El matrimonio decidió residir en La Orotava.

La masonería
En cuanto a su participación en la masonería, ésta sólo se ha podido demostrar a través de los jardines de su casa de La Orotava y del propio mausoleo, que su madre encargó a Coquet para su enterramiento, además por estar relacionado con la logia Masónica del Valle, que, al igual que otras de las islas, intentaban ponerse al día en su tema predilecto, durante el método de recibir por correo, o en mano, las diferentes publicaciones, especialmente Tinerfe nº 144, de Santa Cruz de Tenerife y Las Afortunadas de Las Palmas.

Con estos datos, es de suponer que su vida religiosa chocaba con los de la iglesia Católica, motivo por el que la mala fama se acrecentó entre sus conciudadanos orotavenses, espíritu que aún perdura.

Por los años 1870, el marqués contrajo una "escrofulosis" crónica que acabaría llevándolo a la muerte. Finalmente, el óbito tuvo lugar en su finca, La Quinta, situada en la Villa y Puerto de Garachico. Su cadáver fue trasladado  hasta La Orotava, para ser enterrado en el panteón familiar que los Ponte tenían en el cementerio. Es entonces cuando la historia y la leyenda se dan la mano para llegar hasta nuestros días. Se afirma que al llegar el cuerpo del finado a la puertas del cementerio, don Acisclo (don José Borges Acosta), con una cruz en la mano impidió la entrada del cadáver a la que debía ser su última morada. En este momento, el cura pronunció las palabras que, supuestamente, había oído siempre en la mansión de los marqueses: "el señor no recibe".

El polémico entierro del marqués  

La versión distorsionada que la cubana da del VIII marqués de la Quinta Roja queda demostrada por el investigador Hernández Gutiérrez, quien afirma que "la muerte le sobrevino a don Diego en su finca de Garachico, según certificación que emite Víctor Pérez, médico de cabecera de la familia". Por lo tanto, las visitas a las que hace referencia la novelista cubana diciendo que "en más de una ocasión el bueno de don Acisclo- párroco de la Concepción de La Orotava- tocó en el portón de la Quinta- se refería a la casa de San Agustín de La Orotava-, por si un minuto de contrición salvaba una vida de pecado. Pero tocó en vano. El recado siempre era el mismo: "el señor no recibe".
Y es en este momento cuando, al llegar el cuerpo  a las puertas del cementerio, el cura lo impide y pronuncia las mismas palabras que el marqués: "el señor no recibe".
La muerte de don Diego Ponte fue el 5 de abril de 1880. Tuvo que ser inhumado en la "chercha", ante la negativa del cura. La  noticia del hecho corrió por todo el Valle y la población se dividió entre partidarios y detractores. Ante la negativa del cura que no quiso dar sepultura a don Diego en el panteón familiar que poseía la familia en el cementerio municipal de La Orotava, doña Sebastiana del Castillo, su madre, emprendió una larga lucha que llegó al Vaticano, hasta que en 1885, gracias a una dispensa pontificia el cuerpo de don Diego pasó definitivamente al panteón familiar.
Sucedió que el mausoleo que doña Sebastiana encargó a Adolh Coquet para sacar a su hijo de la "chercha" y darle sepultura, quedó para siempre vacío.