viernes, 20 de abril de 2012

El Bar Fariña y las desventuras de algunos personajes de La Orotava


Por Benjamin AFONSO

De José H. Chela, al que me unía gran amistad hasta el día de su fallecimiento, guardo buenos recuerdos.Y es que los dos pasamos parte de nuestra juventud en La Orotava. Era otro tiempo y, por supuesto, una sociedad bien distinta a la actual. Los dos llegamos a trabajar en el desaparecido periódico La Gaceta de Canarias. Me pidió entonces que escribiera sobre algunos personajes populares de La Orotava. Y es que Chela, que un buen día decidió dejar la Villa para residir en Santa Cruz nunca dejó de visitarla, cosa que hacía con alguna frecuencia. Nos encantaba acudir a los pocos "güachinches" y bares  que aún mantenían sus puertas abiertas, los mismos donde habíamos vivido episodios y anécdotas juveniles. Después de tantos años ahora  recuerdo su petición, y aunque ya no está entre nosotros intentaré cumplir su encomienda..

Pero, ¿por dónde empezar el recuento...?A mí me parece que por el principio, y éste, está vinculado, ¡faltaría más!, al Bar Fariña.
Por supuesto que entre mis papeles tienen que haber apuntes. Pero, ¿en qué misterioso lugar se hallan las dichosas anotaciones...? Lo mejor es olvidarse de ellas porque nunca he podido trabajar con un fichero delante y, además, no valdría la pena pues no me propongo otra cosa que, como ya he dicho, evocar a unos personajes a quienes, de una u otra manera, Chela y yo conocimos y tratamos allá por los años 60. Empecemos, pues, el recorrido por entrar en el Bar Fariña en busca de Alfonso "Pîlili" que, afortunadamente, según me dicen, aún vive. Nuestro personaje se había hecho construir un carro de madera que utilizaba para transportar determinadas mercancías para los clientes por encargo de los comerciantes de la época.
 Por lo tanto, bien mirado, "el Pilili", sin saberlo, creó la primera empresa de mensajería de La Orotava. Muchos eran los trabajos encomendados. Un día, alguien le comunicó que doña Carolina Rivero, propietaria de una tienda de telas en la calle La Carrera, requería sus servicios. Como era su costumbre, nuestro hombre acudió rápido y veloz a la llamada. Al llegar, se encontró con la buena señora desconsolada y compungida porque se le había muerto su precioso gato. El servicio era bien sencillo: trasladar el gato muerto en el carro y darle sepultura en una de las fincas que había en las afueras del pueblo. "El Pilili" preparo el cuerpo del pobre animal, lo metió dentro de una caja de cartón y, después de cumplir tan sagrado encargo, regresó raudo a cobrar sus servicios.
Al llegar, doña Carolina, sin mediar palabra, le entregó como pago una moneda de cinco pesetas. "El Pilili", sorprendido por la escasa cuantía exclamó: ¡Sólo cinco pesetas...!Doña Carolina le miró de arriba abajo y le dijo: "Alfonso, considero que estas bien pagado..." Fue entonces cuando "ElPilili", que tiene una agudeza extraordinaria, le espetó: "Oiga, señora, tenga en cuenta que lo del gato fue un entierro de primera".

"El Cubanito"
Por estos mismos contornos andaba Vicentillo "el cubanito". Hombre rebelde donde los haya, inquieto, disconforme, desconfiado de los buenos consejos que le daban sus amigos y, por supuesto, "morrudo" como ninguno. Nuestro hombre, no entendía muy bien porque las palomas que se posaban plácidamente en los cables de la luz eléctrica que pasaban por la azotea de su casa no les daba corriente. No le convencían los argumentos de su amigos que, si bien tampoco le explicaban este hecho, si le recomendaban que no se le ocurriera tocar los dichosos cables porque sería fatal.
"El cubanito", que no estaba hecho para aceptar los consejos de nadie, un día, que tenía unas "perras de vino" encima, quiso experimentar en carne propia esa teoría y así desentrañar el misterio que tanto le atormentaba... Ni corto ni perezoso, trepó sobre el muro de la azotea, miro fijo a las palomas y, sin pensárselo, su enorme mano sujeto los cables. La reacción no se hizo esperar, nuestro personaje recibió una descarga eléctrica de tal calibre que voló por los aires y, su cuerpo maltrecho cual don Quijote cuando arremetió contra los molinos de viento, fue a dar a una finca contigua a su casa, donde, afortunadamente, habían depositado una gran cantidad de pinocha. Gracias a un vecino que observó atónito el vuelo aéreo de "el cubanito", escapó sin males mayores. Lo que no pudo evitar es que las dos manos sufrieran grandes quemaduras de las que tardó varios meses en curarse.    

El Bar Fariña
Volviendo al Bar Farina, decir que fue el centro y escenario de innumerables anécdotas anteriores a los años 60 y por donde pasaron muchos personajes de la época. Téngase en cuenta que abrió sus puertas en 1922, regentado entonces por Miguel Fariña como Café Económico. Luego,  lo continuó Ramón Fariña Ledesma y años más tarde, en 1937, José Fariña Hernández, padre de Manolo Fariña, actual propietario y amigo de sus amigos.
Eran tiempos de guerra y luego de postguerra, cuando un litro de vino costaba 3,50 pesetas y una buena copa 1,25, sin olvidar que un buen rico cherne traído de Puerto de la Cruz se podía saborear por el precio módico de 1,50 pesetas.
En aquel tiempo, al Bar acudían los oficiales del ejército porque, a unos cuantos de metros, se encontraba el cuartel de San Agustín. Eran, digo, otros tiempos. Allí se bebía, se fumaba y se jugaba a las cartas hasta altas horas de la noche, casi hasta el amanecer. Y algunos, tal era el vicio, llegaron a perder fincas, casas y coches apostando en el juego...
Y el Bar sigue guardando historias más recientes, como las de "Pepe el Cañón", sochantre que fue durante muchos años del templo de Nuestra Señora de la Concepción; y las de Agustín "el gigante". Bien mirado, los dos eran amantes de la música. El primer del piano y el segundo del timple. Ambos eran simpáticos, amables, cordiales, dispuestos al diálogo y admiradores de Baco.
Un día, el párroco de la Concepción, Leandro Medina, sabedor de tal debilidad avisó al bueno de Pepe con bastante antelación para que acudiera a las honras fúnebres de un señor de la alta sociedad de La Orotava.
El sacerdote creyó oportuno darle a los funerales la mayor solemnidad posible. Pero pasaba el tiempo y el féretro no llegaba a la hora convenida. "El Cañón", que se encontraba solo, aburrido y cansado de tanta espera ante el órgano, observando que el templo estaba solitario, decidió interpretar un "pasodoble". Fue tal su entretenimiento que no advirtió que la comitiva fúnebre empezaba a entrar en la iglesia. El follón fue mayúsculo y la reprimenda del párroco no se hizo esperar.
Nuestro hombre tiene muchas anécdota. Dicen que formó parte de la Orquesta Orotava y que, en cierta ocasión, contrataron sus servicios para amenizar las verbenas de las fiestas de San Sebastián de La Gomera. Sus compañeros dicen que le vieron bajar del barco. Luego, no se supo más de él. Apareció en La Orotava a las dos semanas. El resultado fue la expulsión definitiva de aquel grupo musical, con reprimenda incluida.
Y en el Bar Fariña se hablaba de lo divino y de lo humano. En él se creó el grupo Teatro La Palestra, que dirigió José H. Chela. En ese "parto" estábamos presentes: Anibal Martín, Paco Polo y un servidor, además del propio Chela. Aprovecho la ocasión para aclarar a algunos que han escrito sobre La Palestra, que Miguel Ángel Martín nunca perteneció al grupo y Paco Polo, en ningún momento fue  director.
En la década de los 70 Chela presenta en el Teatro Atlante de La Orotava una de sus obra:  El extraño mundo del ciudadano Strumb, con gran éxito de crítica y público.

Agustín "el gigante" 
Con la muerte de Agustín el "gigante", La Orotava perdió uno de sus mejores intérpretes del timple. Era todo un maestro. Asiduo de Casa Mereja, casa de comidas donde, muchas noches entre folías, isas y malagueñas, se saboreaban las exquisitas arbejas, especialidad de la casa.
Tal era el amor que el "gigante" le tenía al pequeño instrumento que había dicho a su familia que cuando muriera lo enterraran con él, cosa que así se hizo.
Años más tarde, Juanito Otazo, que había sido vocalista de la orquesta Orotava, volvió de Venezuela. A su regreso siguió cantando en el Puerto de la Cruz, concretamente en el Bar Oasis, ya desaparecido. Alvaro Foronda y él formaban un buen dúo. Otazo tenía colgado un cuadro en una de las paredes de la entrada de la Casa de la Cultura de La Orotava. Era una pintura abstracta que quedó dañada en uno de los incendios que se produjo en el edificio. Suceso que alguien aprovechó para librarse de cosa tan horrible, pues aquella obra colocada en la entrada principal del edificio producía a los visitantes un rechazo visual poco frecuente. 
Todos estos personajes, en suma, pertenecieron, por muchas razones, a una etapa que dio flor de muchas anécdotas. Y no se sabe si cuando se escriba la historia de estos hombres un poco atrabiliarios, un poco serviciales y un mucho aficionados al "morapio", que disfrutaban  de extensa popularidad, será preciso echar mano a la cronología. Tal vez, la mejor historia es la que no tiene fecha. Como la de "Jalisco", un honrado trabajador del campo y mandadero de pequeños encargos.... Del traslado de un somier, por ejemplo. Y farfullando bajo el peso del somier y del implacable sol del verano comentaba: "Lo que son las cosas, uno sudando para que otros duerman a gusto..." Y la gente se reía, y Jalisco, con ello, sentíase feliz porque nada hay tanto que estimule al hombre como la risa.

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