domingo, 22 de abril de 2012

El retorno del Cristo del Gran Poder del Puerto de la Cruz

                                     

  


Después de recorrer la sacra imagen las principales calles de la población, retorna a su templo. Es el momento de la Entrada. Ya el crepúsculo quemó sus últimas luces. Y la noche ha desplegado sus negros terciopelos donde las estrellas ponen sus flores de luz. La plaza de la iglesia y sus contornos son una hoguera de gentes y luces. Todos los ríos humanos han desembocado en la plaza. Ríos ansiosos del sonoro y lumínico espectáculo.

El Divino Nazareno avanza, imponente y silencioso, en medio de la inmensa multitud que lo acompaña. La mole de la torre parroquial recorta su gris silueta en la negra pizarra de la noche. Las campanas saltan de júbilo en las alturas, envueltas en capuchas de sombras. Bajo el índice hierático y gris de la torre, la sacra imagen descansa en su imponente serenidad. La multitud, medrosa, espera la ígnea sorpresa. Llega la aurora boreal de la Entrada. Los fuegos artificiales inundan con su luz toda la plaza. Los cohetes, convertidos en sierpes de fuego, atruenan los espacios incendiados. Las ruedas luminosas se desatan en locura de sonidos y colores. Giran, enloquecidas sobre sus invisibles ejes, como orbes desquiciados, la plaza exhibe sus más bellas decoraciones.Abanicos de luces se abren ruidosos e imponentes. La multitud se agita huyendo, medrosa de aquel zote de fuego.. La torre se atrueca en inmensa cascada. Espumas encendidas. El espacio es un velatorio incendiado, de los más peregrinos colores. Miriadas de rojas serpentinas culebrean en las alturas. Todo es luz, entretenimiento y sonido. Parece que todo el pueblo se ha incendiado. Los diques se han roto. Y de una locura ígnea es víctima la gente y la plaza. El espacio se puebla de surtidores de fuego. Los genios de la luz alborotan, en el aire, sus encrespadas melenas luminosas.

La noche es como una inmensa cabeza de Medusa de sonoras serpientes de luz. La efigie del Divino Nazareno se viste con todos los colores de aquella aurora boreal. Y sus ojos lumínicos y verdosos miran a toda aquella multitud que exalta al Divino Nazareno.

Poco  después suenan los últimos cohetes. Cesan los ruidos de los morteros. El humo se tiende como tupido y roto cortinaje de un borroso crepúsculo. Se apagan las fraguas de las alturas. Todo es ahora una inmensa cortina de humo y una inmensa oración. Las campanas se exaltan en la negra torre de piedra. Y el divino Nazareno, bajo la luz de todas las miradas, entra en el templo, entre la larga y blanca teoría de los cirios, morada, imponente, silencioso.Y en los negros terciopelos de la noche queda vibrando aquella encendida plegaria.

                                              La Entrada

Es la hora en que la efigie se aproxima al templo parroquial. En el ocaso litúrgico hay un acorde de luces. Las ruedas de artificios rompen sus secretos de luz, sonidos y rezos. Las vengalas son ya cascadas verdes, azules, rojas, violetas. Los cohetes ascienden veloces y se rompen arriba, entre los negros cortinajes de la noche, entre los surtidores de las estrellas y la seda densa  de la atmósfera iluminada. El firmamento cúbrese de astros irreales, de policromía inaudita, en una ilusoria astronomía crepuscular. Y el Gran Poder avanza, sereno, mudo en aquella fiesta de colores y estrellas. Y el alma siente el ansia trágica de morir por aquel Divino Nazareno maniatado, cuyo rostro se ve arriba, en el fondo de aquel crepúsculo de luces artificiales, en el fondo de la noche que se abre como una concha de luz y como un  inmenso abanico de sedas multicolores. La plaza de la iglesia y las calles inmediatas lucen todas sus decoraciones. La plaza es como un mar donde desemboca aquel río humano, goloso de presenciar aquel lumínico espectáculo. La mole de la torre parroquial se recorta en la negra pizarra de la noche. Las campanas saltan de júbilo en las alturas y bajo el índice hierático de la torre, la Divina imagen descansa con su imponente serenidad. La multitud, medrosa, espera. Comienza la aurora boreal de la entrada. Los fuegos inundan toda la plaza. Los cohetes y morteros atruenan los espacios encendidos. Desátanse las ruedas de artificios de locura de colores y sonidos y giran, enloquecidas, como orbes desquiciados en sus ejes.

Los cohetes suben, uniformes y densos, como un cortinaje de fuego, como un gran sitial de luz. La torre se trueca en gigantesca, inmensa cascada de encendidas espumas. El espacio es un velatorio encendido de los más diversos colores. Miradas de ígnea serpentina culebrean en las alturas. Diríase que el pueblo se ha incendiado, que una mano invisible y poderosa lo ha convertido en inextingible hoguera.

El cielo ha abierto surtidores de fuego y el volcán ha roto sus diques. Los genios de Vulcano alborotan en el aire de la noche sus encrespadas cabelleras luminosas, y la noche misma es como la propia cabeza de medusa hecha de rayos y deslumbramientos. Entre cortina de luz, el Gran Hotel Taoro parece hecho de alabastro y de carmín.

Y cuando aquella aurora boreal  va a extinguirse totalmente, el Cristo del Gran Poder, sereno, morado, impotente, luminoso y mudo, entra en la iglesia Parroquial del Puerto de la Cruz  

 (Artículo del investigador portuense Sebastián Padrón Acosta, primo de mi padre, Benjamín Afonso Padrón. Publicado en 1944 con motivo de las  Fiestas del Cristo del Gran Poder y la Virgen del Carmen).

                En el recuerdo de un hijo Ilustre: don Tomás de Iriarte y Nieves Ravelo

Reproducción de una carta dirigida por don Tomás de Iriarte y Nieves Ravelo al Alcalde Real, don Pedro Franchy; fue escrita un mes antes de su muerte, acaecida el 17 de septiembre de 1791(Arch. Puerto de la Cruz)

              Muy Sr. mío: considero un deber patriótico dirigirme a Vm. para que se sirva hacerlo presente a mis paisanos, el reconocimiento más profundo que he experimentado el saber por cartas de Vm. que ellos se interesan por mi salud y quiero demostrárselos acompañando 20 ejemplares de mis obras publicadas para que se moleste en distribuirlas entre la juventud estudiosa de ese mi querido pueblo natal, al que le profeso igual amor que el que rinde un buen hijo a su madre a pesar de tan larga ausencia que llevo apartado de él.

           Si consigo sanarme, les prometo visitarles. Dios mediante en no muy lejana época y entonces, cumpliré con estrechar una vez más en mis brazos a todos y postrarme ante el Sr. del Gran Poder a quien ofrecí solemne promesa y rendida gratitud desde mi infancia.

          Soy de Vm. su mejor amigo y paisano, no dudando conserve la poesía que le adjunto, que leerá cuando tenga oportunidad a esos benéficos habitantes, disimulando tanto solo no haber podido suscribirla con mi propia mano cual era mi deseo y satisfacción.

                                          Canto a mi pueblo
                     
                                        Junto al mar siempre agitado
                                        Y en el Valle de Taoro
                                        Se alza un pueblo, que de oro
                                        La vid hizole agraciado
                                        El, recuerdo, fue mi encanto
                                        Al ver mis ojos la luz...
                                        Y a él le ofrezco este canto
                                        Por ser Puerto de la Cruz
                                        Solar a quien quiero tanto.
                                
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                                    Nuestra Señora del Carmen 

Clementina Calero Ruiz

Antiguamente se veneraba en la Parroquia de Nuestra Señora de la Peña de Francia una imagen de la Virgen del Carmen, de media talla, cuyo autor era el escultor de La Orotava, discípulo de José Luján Pérez, Fernando Estévez de Sacramento (finales del siglo XVIII y primeros años del XIX). Más tarde y al colocarse la imagen actual, ésta pasó a la Ermita de San Telmo y de aquí, creemos, al convento de San Francisco de esta ciudad.
La Virgen del Carmen que hoy tenemos, en nuestra iglesia es obra del imaginero portuense Ángel Acosta Martín. Se trata de una talla completa, realizada en Tortosa y entronizada el día 19 de marzo de 1954. Se decía que el escultor había tomado como modelo a una joven del Puerto de la Cruz.
Se encuentra colocada en un retablo que había sido donado a la iglesia del convento de Nuestra Señora de las Nieves, pero al quemarse dicho edificio, el retablo pasó al lugar donde hoy se encuentra. Se piensa que el autor fue el francés Guillermo Vernaud y realizado  hacia la primera mitad del XVIII, y conocido con el nombre de Retablo Valois, por ser de donación de don Bernardo de Valois, natural de Waterford (Irlanda), de aquí que aparezca en el remate un lienzo que representa a San Félix Valois visitado por la Virgen acompañada de una corte de ángeles, sobre el lienzo aparece grabado el blasón de Irlanda con el lema de "Hiberna semper", ( hiberna fue el nombre de Plinio "El Viejo" le dio a Irlanda). Esta obra está realizada en madera de Flandes, sin policromar presentando una gran decoración a base de motivos vegetales, carteles, etc. Consta de un solo cuerpo y remate, y dividido en tres nichos y hornacinas separados por estípites. En el central tenemos la imagen que hemos venido tratando; a la izquierda un pequeño San Sebastián de escuela canaria y tal vez de fines del siglo XVII y a la derecha Santa Catalina, de factura moderna.
                                  
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                                           La Virgen del Carmen
                            
                                                                    César González Ruano                                  

                                  "Yo guardaré siempre en el álbum
                                  de mi memoria las estampas excepcionales
                                  que me ha brindado en mi visita al Puerto
                                  de la Cruz y quisiera volver a visitarlo
                                  durante sus fiestas de julio en que se
                                  celebran las veneradas imágenes del
                                  Gran Poder de Dios y de la Santísima
                                  Virgen del Carmen, para poder asistir,
                                  sobre todo, a la procesión marítima y
                                  carmelitana, para presenciar el paso de
                                  sus imágenes por el típico barrio de
                                  San Felipe".   

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                        Las imágenes de San Telmo y Buen Viaje: Su fiesta

Antonio Ruiz Álvarez
*investigador

Fue en la noche del diciembre de 1778 cuando se ocasionó el trágico incendio que devoró una buena parte del Convento Dominico, destruyendo para siempre la Ermita que el año de 1626 los marinos de este puerto habían construido, dedicándola a su Patrón, San Pedro González Telmo.

La imagen del Santo se hallaba colocada en una de las hornacinas del Altar Mayor en el retablo de la Virgen del Rosario. Por un inventario que del tal convento conservamos, sabemos que San Telmo ocupaba "el nicho de la mano derecha pintado en colores, con un velo carmesí" y que sólo tenía como suyo propio el hábito, que le había dado de limosna el fraile Bartolomé de la Madre de Dios, la capa y una vela de madera pintada.

Esta primitiva imagen del Santo fue pasto de las llamas, salvándose del Buen Viaje que pasó a la iglesia parroquial ocupando la hornacina central del "Retablo de Mareantes" (hoy del Corazón de Jesús), construido en el año de 1713 bajo la mayodormía de don Juan Francisco Ferrera.
La imagen de Nuestra Señora del Buen Paso, que costó quinientos siete reales y es la que hoy se venera, no es la primitiva sino la que donó en el año de 1773 junto con la de San Telmo, el entonces mayordomo don Jerónimo Luis Román.

El acta que hace referencia a la celebración y costo de su feria la levantó en la parroquia ermita el escribano don Gabriel del Álamo y Viera el día 13 de septiembre de 1773 en presencia del párroco don José Manuel Cabeza, del Capitán de Mar don Cristóbal de la Oliva y del también Capitán de Mar don Manuel Rijo, el Alférez don Pedro Ugarte y los veinte "mareantes" que componían su gremio. En ella se hace constar que "por cuanto tienen como tales Mareantes y que tuvieron sus ascendientes pacto y convenio para hacer la festividad de dicho señor San Pedro Telmo en esta su ermita todos los años, y para este culto y manutención de dicha ermita contribuían con el uno y medio por ciento de todo lo que por razón de barcos y compañías ganan, y que como muchos no podían sufrir su costo, habiendo hecho juicio de ver como hacen esta celebración a poca costa y que tengan su permanencia en lo futuro que la celebración de dicha festividad de San Pedro Telmo se haga y costee con los demás gastos de ermita y culto de lo que se recaude del dicho uno y medio por ciento desde dicho día en adelante, así como lo que costare la fiesta de Ntra. Sra. del Buen Viaje, que nuevamente se halla colocada a costa de don Jerónimo Luis Román, vecino de este lugar, en el nicho y altar en que estaba la imagen antigua y que la dicha festividad no puede exceder de trescientos setenta y dos reales y dos cuartos, que es lo que costó este mismo año".

Y en esta conformidad se obligan a todo lo que dejan propuesto con sus personas y bienes, y a sus sucesores, presentes y futuros".

"Así lo dijeron, acordaron y firmaron los que supieron y lo que no, los testigos que se hallaron presentes".
                               

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