martes, 20 de marzo de 2012

La gestación de un pueblo: Puerto de la Cruz

                               La gestación de un pueblo: Puerto de la Cruz
Benjamín Afonso

Es una historia tesonera, de afán de progreso, de lucha por la libertad e independencia, de formación de la personalidad: El Puerto de la Orotava. En principio, su dependencia de San Cristóbal de La Laguna, la ciudad capitalina de entonces. Y luego, a partir de 1648, queda sujeta al régimen municipal de La Orotava, llamándose entonces Puerto de la Cruz de La Orotava. Y sigue la pugna por la independencia municipal. Y se incrementa ésta cuando se posesiona como alcalde Mayor de la Villa, don Luis Román en 1649.
Movimiento portuario en el viejo muelle de PUERTO DE LA CRUZ


                 En 1651 el Puerto tiene alcalde pedáneo cuando otros diversos lugares isleños no lo tenían.
Es interesante lo que al respecto dice nuestro Viera y Clavijo: "La Orotava había fundado en la costa inmediata una colonia de vecindario que se ocupó del comercio y la pesca abrió El Puerto Viejo en la ensenada del barranco de San Felipe, pero habiéndose echado a perder por una avenida  y reconociéndose que aquellas olas de aquellos mares del Norte eran demasiado bravas en dichos sitios se abrió el Puerto nuevo que hoy existe".
Y sigue diciendo Viera: Desde 1603 había tenido Antonio Lutzardo de Franchy comisión del Cabildo para forma la población, señalar sitios, calles y hasta un muelle que permitiera atender el importante movimiento existente.

           Surge entonces una población hermosa que luego fue creciendo con la frecuencia de extranjeros que atraídos por el comercio de vinos acudían a disfrutar de un cielo amigo y un temperamento agradable. Sobresalían los portugueses cuyo trato era tan opulento que hubo años en que se despacharon 100 embarcaciones, donde es fácil inferir cuan grande serían su número.


          Toda esta brillante historia de afanes hasta lograr su configuración municipal. Importante fue el comercio de exportación de vinos por su puerto, el auge comercial de la cochinilla, la industria artesana del calado, el movimiento marítimo en tiempos  de la exportación del plátano, los sueños por la construcción de un muelle que facilitara las operaciones portuarias, habida cuenta de la cantidad de barcos de todas las naciones que operaban en aquella zona, en unas condiciones nada favorables del mar norteño.
Y se vio desde entonces cómo esta actividad iba a decrecer en beneficio del Puerto de Santa Cruz de Tenerife. Pero no obstante se seguía con el mismo tesón, haciendo proyectos para un puerto amplio y seguro en la zona de Martiánez.

          Y vino don Miguel Primo de Rivera, y estuvo en el sector del Penitente y se le habló sobre el apoyo del gobierno de la nación para la construcción de un muelle en aquella zona, que luego se podría alargar y formar una gran bahía, con otro brazo que saliera de la zona de San Telmo. Algo se hizo en el Penitente, y para ello hubo necesidad de construir un prisma de grandes dimensiones. Se hizo en Santa Cruz y se trajo navegando hasta el Penitente, entre una despedida de cohete en la capital y un recibimiento espectacular por la novedad en el Puertode la Cruz.  Se preparó un prisma para hundirlo. Se abrieron unos huecos para la entrada del agua pero, antes del tiempo previsto, el dichoso prisma no vino a resolver nada por la posición en que quedó.

         Los problemas portuarios de agravaban. La abierta bahía del Puerto de la Cruz no era para el movimiento de barcos cada vez más importante. Los plátanos la riqueza agrícola y comercial de la isla, tendrían que embarcar sus productos por Santa Cruz. La carretera a la capital iba mejorando en sustitución de carros y carretas y ya habían camiones en las casas empaquetadoras de plátanos como Fifes Lmtd, Yeoward, Elder. Eran vehículos que se decían habían sido utilizados en la primera guerra europea. Hubo proyectos asimismo de prolongar la línea del tranvía, que ya prestaba servicio hasta Tacoronte para que desde el Puerto de la Cruz transportara a los muelles de Santa Cruz los plátanos. Pero todos los esfuerzos resultaron estériles en ese sentido.

       Las diversas situaciones que se planteaban como resultado del progreso, influyeron en los cambios que en el orden social y económico experimentara en el Puerto de la Cruz, que en sus orígenes hubo dos sectores perfectamente definidos la línea divisoria  del personero Carlos Francisco: La gente pudiente, los comerciantes poderosos, la burguesía; y al otro lado, la gente del mar. La Ranilla. En un lado las casas suntuosas y en el otro, las viviendas de la pobreza.

        Todo esto supo el Puerto de la Cruz coronarlo con una vida comunitaria de apoyo y mutua simpatía. Y la raya fatídica se borró, y entre todos,  portugueses, franceses, genoveses, ingleses, y alemanes se forjó la ciudad turística más sobresaliente de la isla. Ya decía un escritor en 1916, "ninguna población canaria ofrece tantos atractivos para el turismo como el Puerto de la Cruz con sus confortables hoteles, espléndidos jardines y bellos panoramas. Es un lugar predilecto de los extranjeros que en el se encuentran el doble incentivo  de la tierra y el mar".

       Fue Nicolás Benítez de Lugo uno de los pioneros de un plan de obras en el valle, con fines turísticos y sitio de reposo para aquellos extranjeros a los que por sus padecimientos se les recomienda un clima benigno. Muchos calificaron esta idea de utópica, irrealizable, y hasta dijeron que Benítez de Lugo que era un insensato soñador. Y fue más tarde el doctor Víctor Pérez quién se propuso formar una sociedad que llevase a cabo la construcción de un hotel, en un sitio privilegiado por su situación, y que era un erial cubierto de lava. Efectivamente, comenzó a construirse en el sitio elegido por don Víctor Pérez y con arreglo a los planes trazados por Mister Coquet, en 1888. En el año 1890 se construyó una parte del hotel y 1893, el resto de la obra. Fue el gran Hotel Taoro, rodeado de jardines, algunos de ellos realizados bajo la dirección de Felipe Machado y Benítez de Lugo.

        Con el hotel Taoro, El Marquesa, El Martiánez, la pensión Brisas del Teide...los primeros establecimientos de la ciudad. Especial recuerdo merecen, entre otros, don Enrique Talg, a quien tanto debe la empresa turística en la isla. Fue director del hotel Quisisana, en Santa Cruz, después el hotel Taoro y el Martiánez, y finalmente el hotel Tigaiga, su última obra. Realizaba don Enrique frecuentes viajes al extranjero haciendo propaganda de las bellezas y clima de la isla, y de la afabilidad de la gente, y de los magníficos hoteles de Puerto de la Cruz en aquellos lejanos años. Otra figura sobresaliente, don Isidoro Luz Cárpenter, hizo posible el moderno trazado de la población portuense incentivando la creación de hoteles que ha traído consigo el crecimiento de una extensa y variada red comercial de primer orden.

        Otros de los que contribuyeron a la captación turística fueron los alcaldes  Felipe Machado del Hoyo, Antonio Castro, Marcos Brito, Francisco Afonso, Félix Real, Salvador García y María Dolores Padrón.
También el historiador Antonio Ruíz Álvarez, a quien conocí una tarde en la sala del Instituto de Estudios Hispanicos donde se exponían obras del pintor Jesus Oramas, en los años 60 daba en París conferencias sobre la isla, y en especial de Puerto de la Cruz,  ilustradas con diapositivas. Ruíz Álvarez fue condecorado años más tarde por el Gobierno francés por su labor investigadora. Asimismo, en este quehacer figuran los nombres de Cándido García San Juan, Enrique Talg, Gerardo Gleixner, Marcos Baeza, y otros.
En la actualidad el Ayuntamiento de Puerto de la Cruz está realizando una serie de obras de infraestructura de vital importancia para el desarrollo turístico de la ciudad.  La avenida de la Familia Bethencour, carretera de El Tope, Jardines de Martiánez, así como muy pronto en la calle La Hoya, entre otras forman parte de una serie de actuaciones destinadas a conseguir una ciudad´más atractiva y moderna.

        El turismo en el Puerto de la Cruz ha sido la solución definitiva que se le había planteado en el transcurso de los años. Una población moderna constituye la rúbrica de su progreso, pero algo se ha perdido, y muy importante en este acontecer de cada jornada. Se perdieron los rasgos definitorios de la ciudad en esta especie de euforia constructiva. El hotel Monopol perdió las líneas definitorias de su fachada. El edificio de la Casa de Yeoward fue eliminado por el hierro y el cemento de una construcción  moderna, como así también la llamada Casa Sindical, en uno de cuyos salones de la planta baja tenía su librería Vicente Cartaya. Y de esta euforia tampoco se salvo la pescadería, símbolo del quehacer marinero, y así quedó el embarcadero sin su marco propio que fueron estas construcciones.

       El Puerto ya no es la estampa de tejados rojos que contemplara ensimismado el acuarelista Bonnin, desde la atalaya de la curva de la carretera de Las Cabezas.
Cierto es que lo moderno, lo actual se impone por exigencia del progreso, pero es bueno que el Puerto de la Cruz no pierda más de lo poco que le queda como definitoria de su personalidad. Junto a estos hitos históricos surgen la población de atractivo turístico que goza de predicamento mundial.

     Como centinelas en eternas vivencias, los restos fundamentales de sus orígenes con el Castillo de San Felipe, cuando el pueblo fue llave de la isla.

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