viernes, 30 de marzo de 2012

El Café París, punto de referencia de la ciudad

                              El Café París, punto de referencia de la ciudad

Benjamín AFONSO

Hace más de cuarenta años se oían pianos por las zonas burguesas de la ciudad. Era el piano azoriniano de la señorita que tocaba sin saber piano ni saber lo que tocaba. Hoy esas señoritas tienen que ir a la oficina, al Conservatorio...y ya no pueden perder el tiempo desafinando pianos, aunque todavía por algunas calles se escucha, en algunos atardeceres, un piano que suena en un principal espacioso y misterioso. Pero es quizás el último piano romántico, sentimental y ocioso del Puerto. Hay gentes que compran pianos y no sabemos para que, esto quiere decir que otras muchas los están vendiendo.

El Café París del Puerto de la Cruz es uno de los pocos establecimientos que siguen conservando la clase y el estilo de una etapa esplendorosa de la ciudad turística.
Antes acudían todas las tardes gentes que querían pasar unas horas agradables, gratas, saboreando un café o tomando unas copas mientras escuchaban a Perfecto interpretar al piano las composiciones más conocidas de Mozart o Beethoven, además de las melodías de Antonio Machín o Jorge Sepúlveda, sin olvidarse de los tangos de Gardel y de las canciones de la Piqué o la Sarita Montiel.

En los descansos, Perfecto, que era un intérprete magnífico, se sentaba en la barra del bar y pedía una copa y charlaba con Isabel, Felipe o Cecilia, el personal del servicio que habitualmente atendía esta parte del establecimiento.
Sin quitarle méritos al intérprete que en estos días anima las tardes a los clientes del París, la diferencia resulta evidente. Con los de nueva tecnología se permiten el lujo de no mover ni un dedo porque ya está todo programado, en ocasiones, hasta la voz.  La gran diferencia es que el piano es algo así como el mamut de la música, como las grandes especies colosistas que tienden a extinguirse en un mundo que ha desintegrado el átomo y ha atomizado la vida. Me explico, para interpretar al piano cualquier pieza tienes que estudiar,  de lo contrario haces el ridículo más espantoso, cosa que suele ocurrir con frecuencia.

En algún club nocturno del Puerto todavía hay pianos con pianistas y teclado libre para los espontáneos que pueden tocar lo que quieran, y que suelen tocar siempre "Las hojas muertas".

La verdad que escuchar a Perfecto interpretar la música de los años sesenta le daba al París bastante "clase", que le distinguía de las demás cafeterías portuenses, aunque aún así la sigue manteniendo.Aunque la verdad es que en ocasiones, sólo en ocasiones, no se sabe si canta el negro o el blanco. 
Antes, los clientes, en su mayoría, eran personas de edad avanzada, parejas que, por lo general, no cruzaban ni una palabra con su compañero de mesa durante mucho tiempo. Permanecían abstraídos, ensimismados, como si la música los trasladara a otro lugar, quizás a su juventud...

Más tarde, cuando Perfecto cumplía con su horario de trabajo, cesaba la música, y daba paso a la orquesta que hay en la sala de baile que existe en el extremo del establecimiento y desaparecían gran parte de los asiduos. Y resultaba curioso como el ambiente cambiaba. De las paz y el sosiego se pasaba al bullicio, casi al escándalo. Las mesas eran ocupadas ahora por gente más joven, más alegre, que iban a su "bola", y que les importaba menos la música y más el baile...

La última reforma

La verdad es que el Café París quedó impecable después de la última reforma que le hicieron hace años.La decoración, el mobiliario, los pasillos interiores con sus respectivos nombres simulando las calles más famosas de París (Rue Rivoli y Boulevard Saint Germain...) junto al resto del mobiliario conforman un conjunto armonioso y sugestivo.
El personal siempre está impecable, son profesionales luciendo una vestimenta acorde con la decoración: chaleco, camisa blanca y pantalón oscuro. Sirven ávidos las consumiciones de los clientes y, en medio, Franco y Pepe, los dos maitres que durante años supervisaban entonces, dirigiendo todos los movimientos del personal de servicio como si de un espectáculo se tratara.
El Café París tiene una historia en el Puerto de la Cruz. Marcó estilo, diferencia. En un principio, hace más de 40 años, pertenecía al Hotel Valle Mar. Era el lugar de encuentro de los jóvenes de la época.
Entonces cantaba Falo, fallecido hace años, al igual que el extraordinario intérprete de piano, Perfecto, que amenizaba las tardes ... Más allá, al final de la Avenida Colón, estaba  la Terraza Columbus y en otro extremo del mismo establecimiento la Sala Fiestas Cintra Pirata, luego la Santa María. Otro establecimiento desaparecido por la mala gestión de mi amigo Félix Real, entonces alcalde de la Ciudad. Allí Los Rayos Verdes, conjunto musical formado por tres jóvenes de La Orotava: Jesús, Toño y Rubén. Eran otros tiempos, otras canciones... Interpretaban canciones de Los Beatles, Los Brincos, del Dúo Dinámico y otros musicales de moda.

En Edificio Avenida, antes General Franco y ahora Familia Agustín de Bethencour no encontrábamos con el Tusset. El conjunto Los Vampiros Rojos, todo ellos hermanos procedentes de Los Realejos. Eran, como no podía ser de otra forma, jóvenes que se ganaban la vida con la música  y que además no lo hacían nada mal.

Muy cerca del Edificio  Iberia estaba la discoteca Cita 3000, otra en el hotel Concordia y lo mismo que en el hotel el Atlantis, hoy Beatriz.
Otra de gran afluencia por aquellos años era el Golden Blue, situada en la Punta del Viento. Años más tarde, esa misma discoteca se trasladó a los bajos del hotel Oro Negro. La regentaba un joven francés, Jhon Pool, que una mañana apareció apuñalado en los jardines del Parque Taoro, crimen que nunca fue descubierto y del que nunca se supo más. Recuerdo que un día mi amigo y compañero en las tareas informativas por aquel entonces, Ricardo Peytavi,  publicaba meses antes en el periódico EL DIA una entrevista con Pool. En una de las fotografías del reportaje aparecía este mostrándole en una de sus manos media docenas de balas de un arma corta, así como una misiva de amenaza de muerte, cosa que con el tiempo se cumplió.

El Oasis Foronda y Manolo  

En el Bar Oasis estaban Foronda y Manolo. El primero, un experimentado musicólogo que era capaz de tocar cualquier instrumento: El piano, el órgano, el acordeón, las maracas... Foronda podía acompañar al espontáneo más desorejado y a Manolo se le daba muy bien la trompeta. Una de las canciones más solicitadas por los clientes era "la Canción del Silencio", un éxito de los años 60. Los clientes permanecían absortos, abstraídos, escuchando aquella balada. Con la desaparición del Oasis y la muerte de Foronda creo que el Puerto perdió un trozo de su corazón.

Y la verdad es que el Puerto ha perdido muchas cosas, incluidas sus tabernas en el muelle pesquero en las que se cenaba entre carteles de toros, chicas de conjunto, pintores y delicados muchachos equívocos. Ahora a estos mismos locales les han dado una mano de pintura que les ha quitado la gracia. El Puerto, repito, ha perdido sus tabernas nocturnas, aunque conserva algunas que siguen abriendo sus puertas cada día para cerrarlas muy tarde.

En el Poncho estaba Rafa y Manolo amenizando las noches a los cientos de turistas que se retiraban a altas horas de la noche, casi al amanecer.Mientras que en el hotel Valle Mar se encontraba la sala fiesta Victoria, también muy concurrida, especialmente los fines de semana.
Y en el otro extremo de la ciudad estaba El Carrusel, en el edificio Torres de San Felipe y en El Valle Luz.el  Alí-Baba, que abría sus puertas en el antiguo Supermercado Plaza.     

Viejos ligones y extranjeras a la búsqueda de españolismo consumían el turno y el vino del Restaurante El Pescador, frente al Palacio de Justicia. Su antiguo propietario, Carlos Carrillo, más conocido por El Patrón, tuvo buen cuidado en conservar su estilo primitivo. Ahora, en la actualidad, que ha cambiado de propietario, desconozco si mantiene su original decoración y su ambiente. Hace años, mientras los turistas ocupaban los comedores, en la trastienda se daban cita un grupo de gentes de la mar, camareros, oficinistas, políticos, deportistas y hasta gente de la prensa. Allí se comentaba la última noticia entre cuadros de fotografías antiguas del Puerto, de políticos y de los clientes asiduos más importantes.
En otra zona del establecimiento, en la bodeguilla, Chano se desgañitaba, guitarra en mano, cantando los boleros de Los Panchos, así como otras canciones sudamericanas. En la trastienda estaba Marina, ya fallecido, un viejo jugador del U.D. Puerto Cruz, saboreando su habitual vaso de vino tinto del país mientras veía los partidos de fútbol a través de la televisión, a excepción de los viernes, día que los amigos le exigían pusiera la película porno de la semana. La verdad es que el hombre se resistía, pero al final no le quedada más remedio que acceder, todo por la presión recibida.

Otro de los lugares más señeros era el Bar Dinámico, de la Plaza del Charco, aunque ha perdido su sabor  típico, con la última remodelación que le hicieron hace años, auspiciada también por el exalcalde Félix Real. No sólo modificó el edificio sino los dos kioskos y el mobiliario, dejando una plaza que, más que parecer canaria, simula un ambiente de Extremo Oriente, con sus techos en forma de pagoda china. Antes se podía escuchar la Banda de Música sobre el templete del desaparecido Dinámico. Ahora, la banda, que también desapareció durante el mandato de Real y que gracias a mi amiga Milagros Luis, entonces exconcejal de Cultural del Ayuntamiento portuense, más tarde consejera de Educación del Gobierno de Canarias, y ahora Consejera de Deportes o algo parecido, la dichosa Banda la pudo reorganizar para dar los conciertos en uno de los extremos de la plaza, en un lugar frío y poco acorde, donde no les escucha nadie por culpa de Real. 

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