martes, 23 de abril de 2019

Dos personajes de Guareschi en San Juan de La Rambla




     Dos personajes de Guareschi en San Juan de La Rambla


                                               Por Benjamín AFONSO

  Don Manolón recuerda a uno de los personajes creados por el escritor italiano Giovannino Guareschi en su obra: Don Camilo y don Pepón. El primero de ellos, don Camilo, párroco de un pequeño pueblo rural de gente sencilla pero muy apegada a sus tradiciones; el segundo, el alcalde (Don Pepón) en un pueblecito italiano son interminables.

Pues bien, sin tener que trasladarnos a Italia para conocer situaciones tan simpáticas y rocambolescas como las que nos relata Guareschi en su novela, nos acercamos a San Juan de la Rambla, que también es un pueblecito pero del  norte de Tenerife, donde casualmente había un cura y un alcalde que protagonizaron situaciones que, por ser tan divertidas y disparatadas, se hicieron tan populares que llegaron a traspasar los límites de lo local. Tanto que aún se recuerdan entre los más viejos del lugar. Son anécdotas que han ido pasando de generación en generación hasta llegar a nuestros días. La diferencia entre los personajes de Guareschi y los que aquí traigo es que los míos son casi reales. 
Bueno, a decir verdad don Pepón y Don Manolón coinciden en tres cosas: Eran alcaldes, de profesión herrero y ambos dos más brutos que un arado americano.

Tampoco,  el cura que regentaba la iglesia de San José, don Sebastián, es italiano;  pero si vivió muchas historias y situaciones desagradables y al mismo tiempo simpáticas por culpa del alcalde Don Manolón, lo que en más de una ocasión, al igual que al cura de Guareschi, le llevó a postrarse ante el crucifijo para pedirle llevara paz y calma interior al espíritu de Don Manolón. El pobre cura consideraba que,  si el Cristo accedía a sus deseos,  el alcalde no cometía tantos disparates con sus bravatas y desafíos contra todo aquel  que no compartía sus ideas. Estaba convencido que aquel hombre, si bien era bruto y violento,  sólo precisaba de un poco de paz interior. Y en más de una ocasión estuvo a punto de recomendarle asistiera a unas jornadas de retiro. Pero después de escuchar los consejos y advertencias que le había dado la mujer de Don Manolón, desistió de la idea porque- según ésta-  sus reacciones ante tales consejos podían ser de graves consecuencias para la integridad física del cura.

De las situaciones más desagradables que vivió el pobre don Sebastián como regente de la iglesia de San José fue cuando se inauguró las obras del Centro Social, anexa al templo. Para la ocasión se invitó al obispo de la Diócesis de Tenerife, don Felipe Fernández.

En una de las salas interiores se  preparó unas viandas variadas y riquísimas, todas ellas acompañadas por un buen vino de la zona. Se trataba de agradar, no a la representación eclesiástica sino a los parroquianos más allegados al cura,  pues sabido es que en época electoral decidían quien era alcalde del pueblo y concejales. Hasta había sido el que más apoyo había recibido y eso era cuestión de cuidarlo.

Don Manolón hizo su aparición al lugar momentos antes de iniciar el acto, pasando de inmediato a saludar a los parroquianos que se encontraba a su paso. En el interior de las instalaciones le esperaban sus concejales, quienes le saludaron entre bromas y afecto, tal y como a él le gustaba. Con todo, los ediles allí presentes no pasaron por alto que el humor y el ánimo de Don Manolón era poco conciliador, por lo que le advirtieron que se calmara porque la visita del Obispo de la Diócesis, Felipe Fernández, no era motivo de disputas y malos modos, menos cuando las gentes llenaban la plaza y sus alrededores. Pero, si Don Manolón llegaba con la escopeta cargada, era difícil era hacerlo cambiar de actitud, por lo que los consejos de nada servían. Sabedores de ello, sus compañeros y más allegados  trataron de esquivarlo, alejándose un poco de su lado. El alcalde, dándose cuenta de este detalle les advirtió: “cuidadito con el curita y el obispo, hay que mantenerlos a raya durante las intervenciones,  pues sabido es que gentes de iglesia tienen por costumbre adornarse con plumas ajenas”. Así que ojito durante las intervenciones-insistió-“que de este obispo no me fío ni un pelo”.

Y por fin llegó la hora. Todo estaba preparado. Las viandas, sobre las mesas cubiertas de manteles de papel de color blanco, resaltaba el  color rojo de los chorizos y el salchichón, las botella de vino tinto y  blanco... Fuera, en la explanada de la plaza, un pequeño templete preparado para los oradores. Y,  entre el bullicio de los asistentes que llenaban los alrededores de lugar sobresalía la música que ponía en el lugar un ambiente festivo y de las ramas de los laureles de indias  colgaban farolillos de colores que daban  ambiente….

De repente,  se escuchó un bullicio de gentes que se arremolinaban  en torno al Obispo que le pedían su bendición, a lo que el religioso accedía de buen gusto; especialmente cuando hasta él se acercaban los niños, a los que acariciaba…Don Manolón, que a cierta distancia observaba todo lo que allí estaba ocurriendo,  no supo disimular su desagrado, por lo que dirigiéndose a los concejales de su grupo político comento: “hay vecinos que piensan que por besar la mano del obispo van a recibir alguna gracia divina…La mano me la tienen que besar a mi, que todos los meses los servicios sociales del ayuntamiento les lleva comida a sus hijos…”.

Y con todo,  el pobre cura iba sirviendo de guía al obispo hasta llevarlo ante el alcalde y los miembros de la corporación municipal que allí les esperaba. Don Sebastián procedió a las presentaciones de rigor, a lo que Don Manolón y el resto respondieron correctamente. Pero el cura,  conociendo de los cambios bruscos del alcalde, sabía que aquello,  más temprano que tarde se iba a producir algún problema.  
En su interior deseaba tener la oportunidad de renunciar a la regencia de la iglesia de san Jose, allí mismo abandonaría tales responsabilidades.

“El curita”- como decía Don Manolón- conocía los cambios bruscos del mandatario municipal de San Juan de la Rambla, que en más de una ocasión lo había puesto en serios apuros delante de sus feligreses. Así que en esta ocasión estaba seguro de que algo desagradable iba a ocurrir ante la presencia de su obispo…

Y no se equivocaba porque Don Manolón, después de oír la intervención que el obispo Fernández  dirigió a los allí asistentes, reaccionó de forma violenta;  y sin encomendarse a Dios ni al diablo,  aceleró el paso para subirse al templete que momentos antes había dejado el obispo. Cogió el micrófono entre sus manos y empezó su intervención desautorizando a éste y, sin explicación alguna,  dijo a los allí presentes que el obispo mintió  porque las instalaciones que allí se inauguraban habían sido sufragadas por el ayuntamiento. Y aunque Don Manolón era sabedor de que aquello no era del todo cierto, siguió lanzando un espiche que,  en algunas ocasiones llegaba al ridículo, y no faltó quien de entre el público lo mandara a callar.



 Aquella situación inesperada y tan violenta cogió por sorpresa al obispo, por lo que acto seguido se dispuso a abandonar el lugar a toda prisa. No obstante, mientras caminaba fuera del recinto, dirigiéndose al cura, le reprochaba el porqué le había llevado hasta ese lugar y ante un personaje tan violento y mal educado… y ya cuando el obispo llego hasta el coche que lo esperaba se dirigió al cura reprochándole con cierta vehemencia: “Pero hombre de Dios.., sí usted sabía lo animal y bruto que era este hombre me pudo haber evitado este mal trago..!!!.”

Cuando Don Manolón terminó su espiche, se escucharon algunos silbidos aislados expresándole su malestar por lo ocurrido y la mayoría de los allí presentes abandonaron el lugar avergonzados por lo sucedido.  Por su parte, los concejales y más allegados a Don Manolón intentaron sin éxito recriminarle su proceder, aunque sin insistirle mucho porque sabían de su empecinamiento. Era así de bruto, sin remedio que lo corrigiera...
Y para que vean la brutalidad y fortaleza de este hombre dicen que, en cierta ocasión, mientras trabajaba en su herrería,  recibió una mala noticia de uno de sus concejales, uno que le había salido medio protestón... La reacción no se hizo esperar porque,  ante los allí presentes,  levantó uno de los mazos que tenía a mano, y blandiéndolo lo lanzó a más de 100 metros de distancia. La cosa habría pasado desapercibida si no hubiera sido que el martillito en cuestión superaba los 100 kilos…


Continuando con el hecho que nos ocupa, el cura, al igual que el personaje de ficción del citado autor italiano, no perdió la oportunidad de vengarse...Y Don Manolón, consciente de que su enfrentamiento con el obispo y el cura había recibido la crítica y desaprobación de una gran mayoría de vecinos, ideó organizar el día de San José una romería para exaltar la actividad agrícola del pueblo. Y aunque le dijeron que San José nunca se dedicó a labores del campo, hizo caso omiso. El objetivo no era otro que congraciarse con las gentes del barrio de San José, muchos de ellos dedicados al cultivo de la papa y la vid.

La iniciativa del alcalde se hizo popular y a los pocos días todos la conocían, incluido el cura que,  consciente de que esta iniciativa era imprescindible su colaboración,  se frotaba las manos esperando la visita del personaje. 

Don Manolón,  sabedor y conocedor de las dificultades que esto entrañaba, se hizo acompañar por varios concejales, pues semanas antes y para llegar a celebrar el encuentro y darle cierto carácter oficial  había ordenado al secretario del Ayuntamiento dirigiera una carta al cura informándole del acuerdo plenario por el que se aprobaba la celebración de una romería en honor a San José.

La comitiva fue recibida en la sacristía del humilde templo. Tan humilde que allí sólo había una pequeña mesa y una silla: "Podrán observar que sólo hay una silla y la ocupo yo…” “Ahora, dígame, a que se debe su grata visita” ( Esta última frase la pronunció de forma irónica) lo que hizo que en el rostro de Don Manolón se dibujara un rictus del mal humor, incluso por un momento estuvo a punto de abandonar la sacristía. Pero conocedor de que necesitaba de su apoyo y aprobación, siguió tratando el asunto con don Sebastián,  quien interiormente sentía una gran satisfacción, hasta el punto de invitar a la comitiva a unos roquetes caducados, que habían por allí…Don Manolón no le quedó otra que aguantar el chaparrón estoicamente.

 Luego… ya más calmado y aguantando la situación se dirigió al cura para darle a conocer el proyecto de organizar la romería y unos actos en honor a san Jose, “lógicamente esperando su apoyo y colaboración en los actos religiosos. Además de sacar en procesión a nuestro san José, por el que como usted sabe somos muy devotos”.

El cura dejó que el alcalde hablara y hablara hasta que llegado el momento respondió:  Señor alcalde, usted mejor que nadie sabe que en esta pequeña iglesia estamos escasos de imágenes, y precisamente la de San José es la más valiosa, por lo que no me queda más remedio que oponerme a su proyecto de llevar la imagen en procesión porque corre un grave peligro…Ya se sabe, folclore, alcohol, jolgorio...son los ingredientes para que nuestro San José sufra un problema. Usted más que nadie, debe comprenderlo…
Por otro lado-prosiguió- su petición tendría que trasladarla al obispado, y ya sabe que el señor obispo,  durante reciente paso por esta zona, se fue muy disgustado, tanto que juro no volver más, por lo menos mientras usted siga ostentando la alcaldía. Lo máximo con lo que yo puedo colaborar en todo este asunto es celebrar la Santa Misa ese día… Además,  señor alcalde, le hago saber que San José no fue agricultor ni herrero, fue carpintero. ( El cura dijo lo de herrero cargando las silabas y con cierta risita…) Considero que para una romería que exalte la agricultura debería buscarse un San Isidro... No obstante, no estoy cerrado a colaborar, si están interesados puedo celebrar el día de la romería una Santa Misa pero,- repito- el santo no sale de la iglesia…"

 Don Manolón dejo que el cura hablara. A su término le respondió: "Bueno, cura, usted y yo nunca vamos a coincidir en nada, así que lo más conveniente es dar por finalizado este encuentro". Acto seguido y con un evidente cabreo abandono la sacristía seguido por el resto de su comitiva.
Pero Don Manolón no se iba a quedar de brazos cruzados. Tenía que buscar una solución a este problema, sin la ayuda del cura y sin un san José la romería era imposible.

Después de darle muchas vueltas al asunto y de haber pensado durante días una salida, tuvo la feliz idea de irse a Santa Cruz o La Laguna y comprar la imagen de un San José…Todos vieron a Don Manolón aparcar un furgón por fuera del Ayuntamiento de San Juan de la Rambla, descargar de un furgón la imagen de un San José para luego, subirla el solito por la escalera principal del Ayuntamiento hasta el salón de plenos, donde estaba a punto de celebrarse sesión plenaria. Aprovechando aquel momento, la dejó sobre una de las mesas para mostrar con orgullo la imagen a los concejales asistentes y anunciarles que “no necesitaba el san José del cura”. "Con este podemos celebrar la romería", apuntó triunfalista
Alguien de los allí presente le recomendó que lo mejor sería llevársela a don Sebastián para que la bendijera. El alcalde dijo que la imagen no hace falta bendecirla, sólo servirá para la romería, si la quiere bendecir que lo haga, sino tampoco pasa nada.

Efectivamente, llegado el día de San José se celebró la romería. Curiosamente, el santo sigue sin bendecir pero todos los años congrega a cientos de personas. Paso a llamarse el SAN JOSE ATEO.

Estas y otras historias son las que se vivieron en San Juan de la Rambla. Su protagonista, Don Manolón, alcalde durante más de una década,  en un pueblo que aún sigue dividido entre los de “arriba y abajo”.